lunes, 30 de marzo de 2020

Jesús Morales Ruiz - Espacio y Tiempo -Exposición Individual del Maestro Jesús Morales Ruiz en el marco de la Celebración de sus 46 Años de Vida Artística


Museo de Arte Pedro Ángel González
Espacio y Tiempo
Exposición Individual del Maestro Jesús Morales Ruiz
en el marco de la Celebración de sus 46 Años de Vida Artística









JESÚS MORALES RUIZ – ARTISTA PLÁSTICO  

                                    
JESÚS MORALES RUIZ
Crítica a su obra Pictórica


I-MAESTROS DE LA PINTURA - PREMIOS NACIONALES.

"ESE VIEJO TEMA"
"Después de haber visto y analizado las obras del pintor Jesús Morales Ruiz, se aprecia que el eterno tema de las Flores, Paisajes y Bodegones, sigue teniendo vigencia.
La disyuntiva está, en cómo se trata, v no cabe la menor duda que Jesús Morales Ruiz da a ese "Viejo Tema"
una calidad y una nueva expresión por su espiritualidad, al tratamiento de estos motivos.
Estas nuevas obras de Morales Ruiz, me confirman que estoy frente a un artista serio y preocupado. Recordándome aquel verso del gran poeta Rubén Darío "La Virtud consiste en ser tranquilo y fuerte, con el fuego interior todo se abrasa, se triunfa del rencor y de la muerte y hacia Belén la caravana pasa".

  Pedro Ángel González 
  Premio Nacional de Pintura (1941)

"PAISAJES LLENOS DE SENTIDO POÉTICO".
"Por breves momentos he visto los cuadros del joven pintor cumanés Jesús Morales Ruiz. La impresión que me cautivó al verlos, fue de una obra sencillamente poética.
Luego, estudiando los cuadros con más sentido crítico que emocional, veo sus telas en verdad llenas de poesía, rico colorido y estilizada composición.
En sus naturalezas muertas, en las que siempre predomina el motivo floral, se acentúa la buena composición y el equilibrio de los colores.
Sus paisajes son aún más llenos de sentido poético y lírico, montañas brumosas que invitan a soñar, que incitan a la dulzura y paz. Cosa que tienen sus obras, que con el andar del tiempo y adelanto del "oficio", JESÚS MORALES RUIZ tiene brillante porvenir artístico".

Luis Alfredo López Méndez                                                          
Premio Nacional de Pintura (1943)

"LUZ Y COLOR"
"Una impresión de luz, de colores, de volúmenes y claroscuro nos da la sensación de nubes. montañas. que transcurren en un tiempo limitado del color y de la luz. Halaga saber que un joven se ocupe de reflejar en su obra algo que represente nuestra tierra sin parecerse a otros. JESÚS MORALES RUIZ ha entrado en el ambiente plástico venezolano con buen pie”

Pedro León Castro
Premio Nacional de Pintura (1944) 

"VARIACIONES SOBRE LA MONTAÑA"
"En los cuadros de Morales Ruiz, según vi en su Exposición Variaciones sobre la Montaña efectuada en el Centro de Arte Euroamericano, observé que los colores se sobreponen al dibujo, pues estas montañas son más que todo masas de color, con ligeras variaciones que delimitan dichas montañas del cielo y las nubes.
En algunos de estos paisajes se imponen más los cerros debido al claroscuro del cuadro.
He visto también algunas obras de este pintor que se salen del motivo antes mencionado, se trata de bellas flores y composiciones con  Desnudos, que me han causado excelente impresión por su limpieza de colorido y buena composición.
Felicito al pintor Morales Ruiz por los logros obtenidos”

Juan Vicente Fabbiani                                                               
Premio Nacional de Pintura (1945 -1949)

"PAISAJES EN EL TIEMPO"
"La claridad de los actos, reviven senderos de esperanza y acto de pintar como lo    hace Jesús Morales Ruiz, con el empeño y la disciplina del creador... permiten reiterar, de manera transparente, la satisfacción que nos produce los logros obtenidos.
 Paisajes en el tiempo es el mundo interior de Morales Ruiz, donde nacieron azules en la brisa y se perciben calladas ausencias para perpetuarse en la cercanía".
                                                                                                                        
 Ramón Vásquez Brito.          
 Premio Nacional de Artes Plásticas  (1950) 
          

"YO NO SOY CRÍTICO DE ARTE"
"Yo no soy crítico de arte. Sin embargo, puedo observar que los cuadros de Jesús Morales Ruiz, están llenos de poesía y encanto natural, donde la forma no tiene la importancia que pudiera tener, dándole paso al color, el cual emplea con gracia y estilo personal.
Jesús Morales Ruiz es pintor de gran sensibilidad, su facilidad para trabajar el color le dan posibilidades infinitas para enriquecer sus lienzos"

Manuel Cabré
Premio Nacional de Pintura (1951)


"BRUMOSIDAD  LÍRICA Y TRANSPARENTE"
"La cuadratura anhelante y formal de toda composición, disipa la formación subjetiva por reflexión visual, esta potencialidad conlleva al pintor Jesús Morales Ruiz a  adentrarse en esa bruma lirica expansiva de valores, cuyo color predominante, el azul estructuriza una brumosidad lírica y transparente. 
Morales Ruiz se deja conducir por la protagonización de luz, forma y color, con estos valores ejerce una funcionabilidad objetiva cabal y realista"

 Virgilio Trómpíz
 Premio Nacional de Artes Plásticas (1964)


"GRABADOS" 
"Todo tiempo es oportuno para hacer una revisión del trabajo que realizamos, y justo, cuando se trata de imágenes creadas y realizadas; unas al agua-tinta y al agua-fuerte otras. En estos grabados, Jesús Morales quien también es pintor, asume una responsabilidad al utilizar sus técnicas para lograr unas manchas con algunas características absolutamente gráficas, revelando de hecho, algunos conocimientos de los tantos recursos, técnicas y posibilidades que éste fundamental procedimiento gráfico ofrece y que continúa en vigencia como medio de expresión.
No podría dejar de anotar la reafirmación que hace Jesús Morales, y de manera invariable sobre la versión particular que realiza del paisaje.
El presente y la tendencia hacia el futuro se caracterizan por aprehender el espectro estético, hasta lograr el propio discurso como creador.
Jesús Morales lleva un rumbo verdadero al que será "otra cosa" en cuanto se percate de otras realidades"

Luis Chacón
Premio Nacional de Artes Plásticas 1973


"VOLVER A VER"
"Para Morales Ruiz el planteamiento del tema basado en dos grandes imágenes: Paisajes y objetos naturales sobre un espacio, no tienen la intención visionaria de un López Méndez o Rafael Monasterio, aunque el perfil y las principales formas estructurales de la figuración mantengan su gran objetivo comunicativo y la misma esencia de relación visual.
 Un artista muy joven que se arriesga a tomar de nuevo los grandes temas de los maestros venezolanos: El maravilloso Ávila, siempre cargado de su poderosa ecología, sus valles y alrededores, donde pueden encontrarse apasionantes paisajes, cambiantes durante todo el año. Luego están las mesas, las frutas, los objetos del hogar, la luz, esa luz que siempre se cuela en las mañanas y tardes del trópico. Y ese amor profundo por las flores, los floreros estáticos bañados de luz y rodeados de un clima íntimo y sereno. 
 Estas obras recientes de Morales Ruiz, son la anunciación, la presencia de un nuevo pintor, que deberá forjarse con el tiempo a través de un gran oficio, de estudios profundos y un gran desafío con el tiempo en nuestro medio.
 Muchos artistas venezolanos han trabajado sobre el mismo tema, han sido apasionados y virtuosos; Federico Brandt y sus interiores maravillosos, Reverón, el paisaje venezolano en su más profunda intimidad, Cabré, el Ávila de toda su vida.
Por consiguiente están sentadas las bases para Morales Ruiz, está la raíz, un origen que da pie.
Volver a ver, con calma, con pasión y profundidad para que emerja así la nueva visión".
                                                                                                           
Alirio Palacios                    
Premio Nacional de Artes Plásticas (1977)


“LOS PINTORES DE LA RESONANCIA ESPIRITUAL”             
“El cielo azul desteñido.         
Choca el ruido de los autos que reblandece el espíritu; agobia la tempestad blanca de sol que abrasa.                                
Los árboles grisnegros han roto el pavimento con sus raíces.                                             
Un gordo cazurro, simula dormir dentro de un taxi de rojos maltratados. Los vestiditos de dos niñas van siguiendo los pasos de una imperiosa, gruesa altanera señora casada.           
Opalinos, inciertos y mudos los perros echados. Al fondo de una calle que sube, finalmente, aparece el taller del artista.                                                                                          
Siempre es causa de nerviosismo el tener que ver y juzgar obra ajena, aún en casos como éste en que se descubren otras realidades, otros mundos, otras dimensiones.           
Los pintores chinos de la más remota antigüedad, pese a su admiración por los fenómenos naturales jamás cayeron en el error de conformarse con la pura reproducción del mundo. Su primera y mayor preocupación fue la llamada resonancia espiritual, lo que dicho en otras palabras, pudiera ser obtener un eco del alma de las cosas. SU SHIH, quien vivió en el Siglo XI, resumía tales propósitos hablando de la razón intrínseca de cada cosa y de aquellos que incorrectamente juzgan las las pinturas sólo por las formas y al hacerla se comportan como niños. “Hay cosas que tienen forma constante, como por ejemplo la figura humana, los animales y los edificios, y otras cosas que no tienen forma constantemente como las nubes, las olas, los bambúes, pero todas tienen el PRINCIPIO CONSTANTE”.                 
Lo que nosotros, los occidentales, llamaríamos la esencia o la razón de ser.                
Otro pintor contemporáneo de SU SHIH insistía en lo mismo: "Lo admirable de una pintura tiene que ser comprendido por el alma, no se descubre por la mera forma".                     
JOSEPH MALLORD WILLlAM TURNER (1775-1851) dejó a su muerte 21.000 bocetos, acuarelas y óleos. El tema constante de su pintura fue el de la atmósfera de la luz difusa en todas sus gradaciones. "Su grandeza radica en sus miras, su captación de la esencia de las cosas y en su poderío para crear la impresión mediante la más sencilla sugestión de la forma".      
TURNER utiliza tanto restregados como veladuras, pero la suavidad de estos efectos siempre contrastaba con la aplicación de superficies densas y espesas. Este proceso de superponer capas espesas, trabajar los tonos y volver a ello una y otra vez conducía a una luz sólida y marcada que era rodeada de una nada éterea.       
ARMANDO REVERÓN (1889-1954) durante su llamada "época blanca" fue eliminando progresiva-mente los pigmentos para poder retratar sólo la luz, para ello se quedó con el sólo blanco. "Reverón ha tratado el valor luz y el color llevándolo al blanco y a la decoloración; ha suprimido casi, los valores de la sombra, o los ha hecho transparentes, que todo se hace luz, descansando las telas en un ideal de superficie decorativo-pictórico..."                        
JESUS MORALES RUIZ (1953) en su taller muestra sus más recientes obras y al final pienso que debemos incluirlo entre los artistas de la resonancia espiritual. Antes, Carlos Silva dijo que él ha llegado a una fascinante y densa proposición sin tener las prisas vanguardistas que tanto angustian y hacen zozobrar a muchos artistas jóvenes.                               
Antes, Carlos Maldonado Burgoin dijo que su trabajo constituye un lenguaje íntimo, panteísta, de una cosmovisión orientalista llena de un misticismo pletórico de gusto inmediato.                 
El propio artista opina sobre el origen de su proposición: "Esa luz de mis cuadros debe venir de las raíces, del inconsciente colectivo".                                                                       
Declara sobre la decoloración que le obsesiona:                                                                           
“Ya viví el "blanco sobre blanco ", ahora estoy de regreso y busco más bien el color. Del blanco he venido a parar a la gama actual. El color es lo más bello, no hay razones para negarlo". 
Explica la manera cómo construye una de sus pinturas:                                                        
“Empleo el color "quebrándolo". Lo voy debilitando con el blanco y voy obteniendo el resultado desvanecido que me he propuesto como meta".                      
MORALES RUlZ, a mi juicio, es alguien que sopla sobre las arenas blancas del desierto como un huracán capaz de sepultar ciudades. Se trata de un pintor que podrá ser -si sabe cuidarse- miembro del muy seleccionado club de la resonancia espiritual. Una reunión de élite en la cual se dan cita cumbres como SU SHIH, TURNER y REVERON.                             
Los sueños de los artistas jóvenes, pueden ser cruelmente diáfanos. En los cuadros que ví en el taller de MORALES RUIZ: el blanco mar, la blanca montaña. Bate el mar, resplandece la montaña.  
Con variadas pinceladas, con blancas tintas,  surge el eco de una dimensión lejana. Más allá de lo que ven nuestros ojos, lo que capta el lente fotográfico, de lo que imaginamos. La pintura en general, suele ser más firme y duradera, más pétrea e inconmovible que nuestras convicciones. 
Luego de la visita al taller de MORALES RUIZ, regreso a mi propio sitio de trabajo.            
Voy calle abajo.                                                                                                                       
Las raíces de los árboles gris-negros continúan rompiendo las acera. Un cacto entre las piedras de la isla de la avenida soporta impertérrito la tempestad blanca de luz.              
La calzada, como pajar en llamas parece arder entré chispas.                                              
En pozos de sombra las numerosas variedades de moscas vuelan sobre flores blancas, frescas, puras".

Luis Domínguez Salazar                                                                                                      
Premio Nacional de Artes Plásticas (1982)   
              
                       I                                    I –MAESTROS  DE LA PINTURA.

"LA FORMA DE EXPRESIÓN"
"Este joven artista, que con una forma de expresión valiente y sencilla, impresiona gratamente, dándole a sus obras un estilo muy personal. Sin adentrarse en los problemas de la plástica logra merecedores comentarios y grandes éxitos"

Antonio Alcántara

"TUS CREACIONES"
"Querido amigo Jesús Morales Ruiz, se de tu mística y el esfuerzo que has realizado para lograr tus óleos, pues son muchas las veces que hemos pintado juntos.  La forma de tratar tus creaciones son dignas de tal elogio y admiración.                       
Estoy seguro que te espera un gran éxito en tu carrera artística"

Tomás Golding

"TEMPERAMENTO Y PERSONALIDAD"
"En la pintura de MORALES RUIZ se aprecia una sensibilidad exquisita, sentida, expresada con colores delicados que muestran su temperamento y personalidad, una personalidad no vista en otro pintor"

 Francisco Fernández

"INTERPRETACIÓN DEL PAISAJE"
"Felicito al pintor Jesús Morales Ruiz, por su interpretación del paisaje y del Ávila, por su originalidad en la ejecución en forma amplia, sin detalles y con una frescura en el color que lo hace muy agradable a la vista.
Morales Ruiz, pinta también bodegones y flores con la misma habilidad, y yo le deseo mucho éxito"

Raúl Moleiro
                                                              
                                                                     
III-CRITICOS  DE ARTE. 

“LAS DIMENSIONES PLÁSTICAS PSICOLÓGICAS EN LOS PAISAJES DE MORALES RUIZ”
“La concepción paisajística de Jesús Morales Ruiz no es el producto de un acercamiento descriptivo a la realidad morfológica de su entorno, por el contrario, es el resultado de un recogimiento espiritual. Cada cuadro es la traducción sensible de una determinada ubicación imaginativa que no se identifica con ninguna referencia reconocible. Esto explica que la exuberancia de nuestra vegetación, la tropicalidad de nuestra luminosidad, la densidad de nuestra temperatura y la accidentalidad de nuestra topográfica no quedan incorporadas en su obra. Más allá de cualquier estimulo perceptivo, la fuente de sus resoluciones se identifica con una introspección muy sosegada que no le deja cabida a ningún ingrediente estridente: la visión apacible de la vida se convierte en la condición necesaria y en el requisito suficiente de su versión plástica. 
Esa quietud motivacional alcanza efectos plásticos muy ramificados: los espacios abiertos, las atmósferas iridiscentes, las transparencias reverberantes y las perspectivas abarcadoras constituyen el registro básico de su alfabetidad. Un rápido recorrido sobre estos aspectos nos reporta que, en Morales Ruiz, el espacio asume una doble condición. Por una parte, es temática plástica y, por otra, es enfoque conceptual. En el primer sentido se solventa como dimensión visual proyectada, horizontal y verticalmente, mediante la representación de lo amplio y de lo vasto. Pero estas denotaciones no se restringen a la exclusiva evidencia sensible, sino que también se prolongan hacia connotaciones psicológicas que se relacionan con lo desahogado y de lo desembarazado, con lo despejado y lo limitado. Con toda la propiedad puede afirmarse, en esta obra. El espacio adquiere simultáneamente, una singularidad desdoblada: es evidencia pictórica y es revelación ilusoria.                                                                                     
Esas acepciones de lo espacial se apoyan en las resoluciones de lo atmosférico. En efecto, este aspecto adquiere una condición muy protagónica en la propuesta de Morales Ruiz. La razón puede encontrarse que para enfatizar las implicaciones de lo supuesto, de lo imaginario, de lo aparente, y, en definitiva, de lo más recóndito de lo introspectivo, no hay nada mejor que la sensación envolvente que proporciona lo neblinoso y lo nebuloso. Estas impresiones vaporosas asumen propiedades climáticas muy especiales, en virtud del comportamiento iridiscente de los colores tonales. Para darle fuerza a este enfoque, nuestro artista eleva la luminosidad de sus cuadros y hace que todas las combinaciones cromáticas se subordinen al blanco. Por eso, los referentes se des materializan, los ámbitos se enturbian, las focalizaciones se alejan de lo nitido y la temperatura se hace más húmeda. Es aquí precisamente donde surge el aporte de la transparencia: concretar una síntesis entre los planos integrados de un espacio y las sensualidades térmicas de una atmósfera. En el caso específico de Morales Ruiz, lo que emerge es una translucidez en donde el horizonte se refleja, las nubes se desplazan, las luces se encienden, los vientos se atenúan, los elementos se disuelven, las instancias se esfuman y las perspectivas se extralimitan. Todo esto ocurre en unos mismos recuadro s que sirven para fusionar los enfoques delicados y liricos del paisaje plástico con los estatutos imperturbables e introspectivos del paisaje psicológico”.

Víctor Guedez

“LA REGÍON MÁS TRANSPARENTE”.
“Al artista Jesús Morales Ruiz hallado en “La Región Más Transparente”, con mi seguridad y admiración hacia su obra, digna de ser tratada entre lo más auténtico de la plástica venezolana de la última década…”.

Carlos Silva


TRANSFIGURACIÓN DE LUZ.                                                 
Si el arte ciertamente trasciende la mera expresividad subjetiva de quien lo hace, para desenvolverse lejos de todo solipsismo en el ámbito de lo simbólico, interpretando y comunicando, entonces toda pregunta sobre la calidad estética de una obra debe: dirigirse hacia las características lingüísticas de ésta: en el lenguaje plástico habría una con presencia imbricada de la intencionalidad del creador, de las concreciones físicas y significativas de la obra y de su fundamento como vehículo de cohesión y estimulación sociales. Por lo mismo, las variaciones idiomáticas que se van dando a lo largo del itinerario creativo de un artista constituyen el indicio fundamental para el establecimiento de juicios valorativos sin que ello implique, por cierto, desdeñar otros factores que el crítico suele tomar en cuenta, conscientemente o no, como la comparación de Lo realizado por el artista con otras proposiciones plásticas del momento, la repercusión que la obra expuesta tuvo en el medio cultural y que se ha escrito sensatamente sobre ella.      
Ante el conjunto de pinturas de Jesús Morales Ruiz, observadas y admiradas atenta y recientemente en su taller, el párrafo inicial de este texto cobra plena validez para comprender lo qué ha buscado, logrado y transmitido este artista en la constitución de un lenguaje a través de poco más de una década, el cual culmina -por ahora- en estos espléndidos óleos que van a ser mostrados al público en buena hora para nuestras artes plásticas. Para llegar a esta fascinante y densa proposición, Morales Ruiz no ha tenido la "prisa vanguardista" que tanto angustia ya veces hace zozobrara muchos pintores jóvenes. Con gran paciencia, empeño y meticulosidad, él se ha ido formando, a partir de 1974, en una tradición de aprendizajes que revela desde el primer momento, una actitud muy notable en su pintura: reconocer que el artista nace en medio de un lenguaje alistado por otros en la historia. Para hacerlo suyo y luego dar paso a las transformaciones y al libre juego de los códigos lingüísticos, debe estudiarlo morosamente, a la antigua usanza, tanto en instituciones como la Escuela de Artes Plásticas Cristóbal Rojas y el Centro de Enseñanza Gráfica, como en el asiduo acercamiento a los talleres de artistas que contribuyeron a la consolidación del modernismo en Venezuela: Juan Vicente Fabbiani, Luis Alfredo López Méndez y Tomás Golding. Poco le importó a Morales Ruiz que otros creadores de su generación tomaran entonces vías menos tradicionales y de mayor vigencia (los que se formaron en el Instituto de Diseño, por ejemplo) o se fueran por "atajos" a fin de hallar de modo más inmediato el binomio ruptura-innovación: cada artista tiene sus propios tiempos de expresión y debe ser fiel a ellos para no forzar la coherencia íntima y formativa de un lenguaje. No es de sorprender, entonces, que en vez de plantear en las primeras exposiciones y durante, varios años, una insurgencia contra el pasado, Morales Ruiz lo asuma y desarrolle con soltura y familiaridad no exentas de respeto. Desde el principio, él sabe que su filón interpretativo y la correspondiente proyección expresiva son el entorno, y sea éste próximo o lejano, propio del mundo cotidiano o de más amplias vertientes de la naturaleza. Y así los temas de interiores, flores y paisajes aparecen y reaparecen desde su primera muestra individual -presentada por T. Golding- en la Galería Aurora y se continúan, con pocas variaciones hasta 1984. Durante ese período y con las técnicas del óleo y del pastel, Morales Ruiz, rinde homenaje a los maestros del modernismo (Manuel Cabré, Pedro Angel González, Luis Alfredo López Méndez, J. V. Fabbiani, Pedro León Castro, Raúl Moleiro, Tomás Golding y Antonio Alcántara conocerán su obra y escribirían sobre ella), pero con la pausada inquietud de remozar la tradición y lograr "Nuevos planteamientos sobre un viejo tema", título de una exposición presentada en 1980 y comentada por Alirio Palacios en un texto que destaca ya las diferencias e indica el desafío del joven pintor: "Para Morales Ruiz el planteamiento del tema basado en dos grandes imágenes: paisajes y objetos naturales sobre un espacio, no tienen la intención visionaria de un López Méndez o Rafael Monasterios, aunque el perfil y las principales formas estructurales de la figuración mantengan su gran objetivo comunicativo y la misma esencia de la relación visual. Un artista muy joven que se arriesga a tomar de nuevo los grandes temas de los maestros venezolanos (...) Volver a ver, con calma, con pasión y profundidad para que emerja así la nueva visión". Esa distensión plástica propuesta por Morales Ruiz entre tradición y un enrumbamiento estilístico cada vez más personal y transformador donde el lenguaje apela a todos los recursos del color, de planos en perspectivas progresivamente extrañas y casi paradójicas y el delicado tratamiento de los valores lumínicos en curiosas analogías con las apariencias volumétricas, no pasó desapercibido para escritores como Rubén Osorio Canales y Luis Beltrán Guerrero, o para el crítico J.J. Mayz Lyon.quien claramente advierte la intencionalidad creadora de Morales Ruiz, la subyayencia de lo original-auténtico¬-personal inmerso en aspectos temáticos tan extensamente abordados por los cultores del mo-dernismo en Venezuela, en especial por el Círculo de Bellas Artes y la llamada "Escuela de Caracas: "...al inaugurar esta nueva exposición, demuestra una vez más, su consecuente posición figurativa y su capacidad de transformar con su per-sonal visión, los cotidianos temas. Para Morales Ruiz las flores, los cacharros, las frutas y sobre todo la montaña, son sólo el pretexto para expresar la belleza escondida o apenas vislumbrada tras de las cotidianas apariencias y exaltada, sublimada, amplificarla si se quiere...".                                   
Con suavidad, sin el menor indicio de pentimento hacia un pasado del cual pudo aprender, Morales Ruiz logra paralelamente, entre 1981 y 1984, despedirse de aquellas iniciales pautas formativas (por ejemplo con la exposición Ese Viejo Tema, dedicada a Pedro Ángel González y con la muestra Ese Viejo Tema -parte II- en homenaje a sus maestros), y despedir de su lenguaje lo que ya carecía de sentido y más bien podía dificultar el acceso a nuevos niveles sintácticos y semánticos. Paradigma de esa apertura, es el conjunto de obras presentadas en 1982 en la Galería Euro-Americana, con el título Variaciones sobre la montaña.   El proceso de transfiguración toma vía amplia y fluida pues lo espiritual predomina y selecciona, hace lo que le viene en gana con los 11 datos objetivos" a los cuales el artista mantiene alusivamente en los lienzos. No es que entre las opciones expositivas antes mencionadas haya una cesura, una desvinculación total en lo temático y en lo estilístico. La diferencia entre Ese Viejo Tema y Variaciones sobre la montaña no sólo es de prescindencia progresiva de interiores y del circunscrito entorno cotidiano, sino de intensificación y predominio de la gran vertiente paisajística que termina adquiriendo rango distintivo y privilegiado en la pintura de Morales Ruiz.                                                                                             
De este modo, a través de una lenta decantación le alternativas previstas desde el comienzo de su trayectoria artística y de la afirmación y afinación le lo escogido, el artista se inscribe de lleno y legítimamente en la tendencia del llamado "nuevo paisaje", sin haber forzado situaciones ni experiencias. El estar en guardia de sus raíces y aptitudes llevó naturalmente a Morales Ruiz a la vanguardia, a una de las facetas más celebradas le! acontecer plástico de los últimos años. Con el color, la atmósfera y la idea, el artista inventa la montaña confiriéndole así a la obra pictórica la libertad de su autosuficiencia, con ventajosa pérdida de la ancilaridad referencial de lo que aspira a ser representativo. La gran masa de El Ávila leja de cumplir una función de signo icónico, denotador e identificador de una realidad que está fuera del cuadro, y deviene manifestación de una topografía lírica, ciertamente espiritual. Ya en os paisajes mostrados en 1982, Bélgica Rodríguez mota que "no es ésta una experiencia narrativa ni descriptiva de un fragmento de naturaleza sino una experiencia eminentemente visual, vibrante, o que deviene la realidad misma de la obra (...) Una nueva visión fresca y ajena totalmente a las concepciones ya conocidas, se evidencia en la unidad absoluta de la problemática pictórica traducida en términos de luz y color".                                                    
De esta cita, es conveniente tomar en cuenta dos valores que se proseguirán en el decurso del lenguaje de Morales Ruiz -además de otras cacterísticas que posteriormente aparecen o se Acentúan: la subsistencia de la pintura por sí misma, es decir sin que su calidad dependa de lo objetivamente dado en la naturaleza, y las indudables y muy virtuosas aptitudes del artista para rezar cuanto desea a través de atmósferas, colores, tonos y ritmos vibrantes y frescos de espiritualidad, conciliando a ésta con el placer de una morfología vasta y sosegada. Ese "nuevo paisaje", aunque estuvo presente en no pocas obras a partir de 1977 y fue adquiriendo vigor personal hasta los días que corren, constituye el centro estético de la proposición ahora observable "que comprende óleos desde 1986 a 1990. Dentro de esa constante inexpugnable, y como era de esperar, Morales Ruiz ha presentado variables, distintas opciones idiomáticas del mismo lenguaje fundamental: ora prevalece un dilatado velo atmosférico transido de un apacible hedonismo tonal sobre la técnica de la “montaña”, ora esta se hace más evidente al horizontales o en diagonal como si el artista procurase establecer ciertos límites en su horizonte interior. O bien el paisaje tiende a desmaterializarse, en albores y leves signos de trascendencia casi mistica, en un proceso de abstracción que nos recuerda, mutatis mutandi, el quehacer plástico del gran pintor costarricense Carlos Poveda.     
Las alternativas indicadas son parte de lo que Morales Ruiz ha tomado como misión: la compenetración de la psiquis y la transparencia del extenso entorno natural, o si se quiere la reconciliación del hombre con su morada, de lo visible y lo ha habitable, pero muy lejos de cualquier resabio naturalista propio de aquellos viejos maestros de quienes se despidió, y en buena hora, pues todo tiene su tiempo. Morales Ruiz apunta hacia una transrealidad donde predomina la empatía espiritual, donde las energías psíquicas se subliman, despliegan y despejan en un lenguaje capaz de dejar en el lienzo espacios y cromatismos sutiles de casi ilimitados desahogo y todo ello con una elocuencia que rara vez pierde la serenidad constituidad de un estilo. Ese no estar subyugado por los datos “reales” del entorno, en nueva y lúcidamente notado en el texto escrito por Víctor Guédeez a raíz de la exposición Las transparencias del paisaje realizada en la fundación mendoza en 1988: “Cada cuadro es la traducción sensible de una determinada ubicación inmaginativa que no se identifica con ninguna realidad reconocible.       
Esto explica que la exuberancia de nuestra vegetación, la tropicalidad de nuestra luminosidad, la densidad de nuestra temperatura y la accidentalidad de nuestra  topografía no quedan incorporadas en su obra”.                                                               
Podría afirmarse entonces que Morales Ruiz “inventa mundos” –como en el fondo lo hace todo artista autentico- o bien que no pinta lo real sino que “pinta la pintura”, pero tales conceptos solo serían válidos y aplicables a la obra de Morales Ruiz si alejamos de ello toda alusión a alguna versión del formalismo. Nada sería más erróneo que confundir la autorreferencialidad de la imagen de los cuadros de morales Ruiz con la ausencia de significados trascendente de la sintaxis pictórica, como si el virtuosismo de ésta fuese un lúdico y aséptico “fin de fines”.                    
En otras palabras, pensar que el encanto de esas superficies imaginarias las  encierra en un solipsismo "formal" en cuyo campo magnético todo se agota por una especie de manierismo esteticista. El deleite suscitado por la contemplación de la obra de Morales Ruiz proviene de la síntesis muy bien lograda de varias instancias insistentes las cuales, de no ser por el talento del pintor, podrían resultar incompatibles: la afinada sensibilidad-sensualidad manifiesta sobre todo colorísticamente hasta en los más diminutos detalles del lienzo; el aura espiritual y airosa emergente de la totalidad del cuadro, y el convencimiento del espectador de no hallarse ante una proposición hermética insular y sólo pertinente al mundo interior del artista, sino confrontado y envuelto con un asunto radical que a todos nos concierne pues se trata de la Tierra, la Gran Morada, Gea, la Magna mater, el arquetipo donde coinciden el ser y el estar, o como bien dice Fernando Rísquez "la madre naturaleza, vegetal, animal y psíquica. Es la materia viva y sus innumerables formas, generadas, nacidas, crecidas, fructificadas y muertas, para volver a repetir siempre el mismo ciclo...". Y por si fuera poco, aparece la montaña, la cima o punto más alto de la tierra, el símbolo de la elevación interior y exterior.      
El entorno-paisaje no es, entonces, representación o ancilaridad icónica en la pintura de Morales Ruiz, sino símbolo de muy amplias y profundas connotaciones; en vez de explorar y registrar lo real-natural que nos circunda, Morales Ruiz lo transpone en un proceso donde la materia se espiritualiza y el espíritu se hace materialización artística, y por lo tanto simbólica. Veladuras, horizontes insólitos, evanescencia s, climas de tonalidades húmedas, comarcas, de fabulación, enigmas translúcidos, energías que en el color se concentran y apaciguan, y mucho más se da en estas obras cuya factura impecable no es sino un medio para ampliar e intensificar nuestro mundo de apariencias, experiencias y significados.

Carlos Silva.


“REENCUENTRO”
“Quizás lo más interesante del reencuentro consiste en descubrir cómo lo mismo ha variado. Si reencontrarse un hallar de nuevo, ello no significa que nos contentamos sólo con el regreso de imágenes pretéritas, con la vuelta de un semper eadem sin modificaciones, enclaustrado en su mismidad, congelado en el recuerdo como un icono atemporal, petrificado. La empatía de quién reencuentra se moviliza porque lo conocido en un momento y en una circunstancia, es visto de nuevo y con los cambios propios de la transición vital. Precisamente son esos cambios los que, 
por contraste, revalorizan lo ya visto y le confieren inéditas connotaciones, asumiendo así el reencuentro como una categoría hermenéutica de inagotable riqueza. La gran pregunta es si las alteraciones que notamos en el presente con respecto al pasado, nos parecen o no favorables, coherentes, positivas y por qué.
En estos días fui invitado por el pintor Jesús Morales Ruiz a su taller; deseaba que yo viera las obras de su autoría realizadas en los últimos dos o tresaños. Y así lo hice durante toda una mañana. En septiembre de 1.990, yo había. Examinado con muy placentera sorpresa, buena parte de la obra plástica de Morales, y casi desde sus exordios. En esa ocasión escribí un extenso texto -una rigurosa monografía- sobre las características de su arte y de sus pautas evolutivas, el cual fué incluido en el catálogo publicado a raíz de la exposición Jesús Morales Ruiz. Transfiguración de la luz, celebrada en Caracas, en el Centro Armitano Arte. Pues bien, esa media jornada en el taller del artista cobró el rango de un afortunado reencuentro. No se trató de un intento de volver a lo mismo de un modo absoluto, ni de la incapacidad de reconocer los fundamentos creativos avizorados y analizados años atrás. Entre ambos polos de expectativa-lo totalmente igual y lo radicalmente distinto-, se levantó la posibilidad cierta de apreciar la novedad morfológica y semántica de las recientes pinturas y, a la vez, de interpretar las relaciones entre éstas y las analizadas con el motivo de una selección para la citada exposición.
Ante todo, Morales ha proseguido su rumbo espiritualizador, distancias años-luz de la referencialidad naturalista de la cual permanecía algún índice en las muestras tenidas en el Centro Amútano y en la Sala Cadafe del Museo de Arte Contemporáneo "Sofía Imber". Ahora, al contemplar los óleos de Morales, el espectador se halla en tierra de nadie. Más aún, ni siquiera puede apelar a la noción de "tierra" cuando la mirada se pasea por esas impecables superficies de bandas horizontales, 'impregnadas de extrañas y rarificadas atmósferas. No se está más frente a la Gran Madre Tierra, como antes, en aquel tiempo en que el artista aún rendía tributo a Deméter al permitir en su lienzo la aparición de horizontes ,perfiles montañosos, manojos multicolores de hierbas. En ese entonces, la voluntad decantadora del pintor se presentaba como una alternativa de abstracción no total -como sí sucede ahora-, pues conservaba un hito, un elemento icónico, una remembranza para no romper definitivamente el cordón umbilical con esa Gran Morada que es la Naturaleza y su imagen más humanizada, la tierra.
Hay, pues, que anotar esa aproximación preliminar, semejanzas y diferencias entre el presente de Morales y el pasado al cual nos remitimos. Clarificadas, es la parte de los propósitos de este escrito. He acotado el término "abstracción", al calificar la obra de nuestro artista, pero abstraer... ¿A costa de qué? Porque ello es sinónimo de resta, de substracción. Si es arte ya es por sí mismo abstracción, ¿hasta dónde va Morales en tal proceso de cancelación de la "realidad objetiva"? Y, ¿con qué reemplaza lo borrado -o más bien, lo anticipadamente ausente-, ya que no se pretende alcanzar un silencio claustral y hermético? Antes había un límite -tenue sin duda-, pero límite al fin: el artista y el espectador podían compartir una comarca en cuyas raíces latía la habitabilidad de la tierra (el concepto he ideggeriano de Erde). Y ello, porque aquellos serenos paisajes de sumo lirismo aun cuando se desplegaban como tensiones espaciales de la imaginación, ofrecían W1a clave para establecer contactos con el devenir de la materia, así fuese una leve silueta orográfica o W1abrizna útomórfica. Si bien esas obras no podían ser leídas desde el punto de vista naturalista, no era desacertado hallar en ellas un esmerado esfuerzo de interpretación de lo dado, en su más amplio sentido. Morales pintaba paisajes, transreales si se quiere, de esto no cabe duda, y aun cuando prevalecía la dimensión espiritual, el lirismo fascinante del yo, no por eso desaparecían los nexos con el cosmos" manifiesto. Se apuntaba nítidamente hacia una transrealidad y se la alcanzaba a menudo, pero siempre se hacía gala de un recuerdo terreno, de un indicio casi nostálgico de la fisonomía de la materia. Para comprender mejor el trayecto trazado por Morales, débase insistir en aquel modo de abstraer no absoluto. En ese tiempo, afirmé que el espectador tenía el convencimiento "de no hallarse ante una proposición hermética insular y sólo pertinente al mundo interior del artista, sino confrontado y envuelto con un asunto radical que a todos nos concierne pues se trata de la Tierra, la Gran Morada, Gea, fa Magna Mater, el arquetipo donde coinciden el ser y el estar...".
En las obras del presente, Morales Ruiz ya no se complace en concebir la pintura como metáfora, pues este tropo supone la sustitución de un término por otro a fin de conseguir una imagen cuyo poder significativo no está .en los términos .primarios, sino en la relación entre ambos que introduce el artista. Y Morales ya no sustituye en ese sentido. La nueva imagen está toda y de una vezallí, en cada líenzo, en cada versión estratificada del espíritu, y sin puntos de referencia figurativa u objetual. Hay una prolongada e íntima donación que trasciende el orden fenoménico sin contaminarse del calor orgánico de lo existente ni de las ciegas costras minerales. Las iridiscentes imágenes carecen de objeto identificable para los sentidos pues el artista asume, hoy por hoy, los evanescentes ámbitos del Ser cual zonas intactas, misteriosas siempre -aun en su desocultamiento-, como una radical generalidad que es aprehensible por si misma, sin necesidad de concretas particularidades para ello. Más que antes el pintor intensifica la unificación sintáctico-semántica de su repertorio imaginífico. Hasta consigue, con frecuencia, el curioso efecto antagónico de diversificar lo que es uno, como si el impulso creativo recayera sobre un prisma oculto y a partir del cual la forma se diferencia en haces o tiras horizontales, aparentemente autónomas en su paralelismo. pero vinculadas en el fondo por nexo común. y originario. Se configura así un discurso plástico en el cual las relaciones son más importantes que las cosas, la atmósfera más privilegiada que los colores locales, desplegándose alusiones espaciales cual parcelas o regiones del Ser, entrevistas por el artista y propuestas al espectador.
Morales extrapola el concepto de paisaje y le quita la visión de panorama donde cotidianamente están las cosas. La dimensión espacial fenoménica o aparencial que sentimos y juzgamos como una extensión contínua y homogénea (tan inobjetablemente objetiva como. "las cosas en sí" albergadas en ella), es rechazada por el artista para ofrecer soluciones que hacen dar un vuelco a larígida y tradicional polarización Sujeto-Objeto. Tal actitud se halla en las raíces mismas de la tendencia del abstraccionismo lírico. Es un cambio profundo de estados de conciencia lo que se plantea: en vez de tomar en cuenta dos "reinos",el exterior o circundante (cosificador e independiente del hombre bajo el aspecto de "paisaje"), y el recinto de la pura subjetividad e intimidad psíquicas, Morales se adentra en el reino único de lo fundamentalmente compatible. Allí, en esos espacios transidos por franjas luminosas, se borra la diferencia entre el yo y el entorno exterior donde todas las cosas están colocadas como en una gigantesca alacena, según leyes pre-existentes al hombre.
No se trata de una mera subjetivación del paisaje, de presentar una versión artística filtrada por la psiquis para brindar una expresión personal de loque el "paisaje objetivo" suscita en el artista -como sucede en la pintura romántica, por ejemplo. Tampoco es cuestión de enfatizar sólo los aspectos cambiantes y fugados del entorno natural -como en el impresionismo-, ni de intentar la captación y el registro de las eternas estructuras subyacentes en el universo -como en el" neoplasticismo-. Morales decide mantenerse ante una verdad de múltiples consecuencias: eliminar el paisaje "real" y su doble, el paisaje "artístico"; desea trascender la inmanencia, para decirlo con otras palabras. Para Morales Ruiz el arte no es un simulacro ancilar de la realidad positiva, ni el pintor crea "como si...", a expensas de sacrificar el poder instaurador de nuevos mundos. Porque de lo contrario, si el artista se rinde a la violenta. Diferenciación Sujeto-Objeto, como si estos términos fuesen dominio aislados y auto subsistentes, el predominio brutal de lo exterior circundante concluiría cosificando el espíritu. El arte y la misma razón serían sometidos a un nivelador proceso de objetivación, y las obras de arte, como bien advierte Adorno, "sin nada de lo heterogéneo, se convierten en algo brillante, sumiso, carente de peligro. Su destino es el. de ser tomadas como modelo para alfombras".
Se puede, decir, hegelianamente, que en los presentes óleos de Morales Ruiz el espíritu ha vuelto a casa, a sí mismo, a Itaca, después de su turbulenta odisea, y con suma pureza transparente. Ya no hay sujeto y objeto, tiempo subjetivo y tiempo objetivo, ámbito interior y extensión exterior: se ha recobrado la unidad del existente, de eso que Holderling llamaba "un signo indescifrado".
El movimiento del retorno del espíritu -tan consubstancial y representativo en todo arte lírico- se aquieta en los lienzos apaisado s de Morales Ruiz. Todo en ellos rezuma una orientación horizontal: el formato, la ordenación de las franjas paralelas y la misma lectura del espectador. Y es que la horizontalidad es la línea del reposo. Denota la base y connota la igualdad semántica de los elementos distribuidos en un mismo nivel. El Gran Dios de la Tierra, Geb, en el antigüo Egipto, gozaba por autonomasia de la posición horizontal. Sólo ciertos efectos de relieve, en las líneas externas de las bandas, aluden otra orientación, la profundidad, yeso, precaria y sutilmente En ese amplio predominio horizontal, la temporalidad común a toda una época y a una cultura se expresa, tradicionalmente, como atmósfera y se aposenta en el descanso de una superficie rectangular signada por los emplazamientos y las tensiones horizontales. Debe recordarse que al peso simbólico de la pasividad, implícito en la ordenación horizontal, se le suma el de la receptividad, connotado por las formas ondulantes o sinuosas de las bandas paralelas con las cuales se animan las superficies planas de la obra de Morales. En cambio, la línea del horizonte ha desaparecido porque ella ha significado la existencia de dos mundos (cielo-espíritu y tierra-materia) y la separación entre ellos. Como hemos dicho, en la nueva pintura de Morales Ruiz se asume y propone sólo un reino.
El pintor parece desear decimos que ahora, en la postmodemidad, todo el espacio ha sido ocupado por el pretérito acontecer de la cultura occidental, y sólo queda la posibilidad de recomenzar con un espacio propio si propiciamos que el tiempo se adueñe de la superficie pictórica. ¿Cuáles imágenes inéditas aún conservamos como reserva y respuesta iconográficas? ¿Es que la época actual posee algún emblema identificador e intransferible? ¿Cómo se presenta a sí misma la post modernidad, para distinguirse de los ciclos estilísticos extendidos en los dos milenios de la cultura occidental, desde la alta edad media hasta el reciente fin de la modernidad?
No pocos artistas han entendido el desafió y lo asumen de un modo curioso: saquen indistintamente el rico botín del pasado. Y así, toman y reto manjirones de la llamada "heredad cultural", sin preocuparse de las ya perecidas ansias de vanguardismo y de novedad a ultranza. No es nada raro ver, en exposiciones de jóvenes pintores, fantasmas del pasados invocados a través de una ironía epigonal y de una ostensiva descontextualización. No señalo negativamente esa actitud que pareciera estar reñida con la auténtica creación. Al cierre de toda gran cultura, y cuando aún no se avizora el porvenir; cuando se está -como antes lo he indicado, y más de una vez- en tierra de nadie; detrás del telón final, siempre han florecido búsquedas regresivas e icono gráficas recordatorias. Al final de la antigüedad clásica, inmediatamente después de la romanidad tardía, cuando no se configuraba aún el inicio medieval del románico, aparecieron en las artes y en las letras extrañas advocaciones del ilustre pasado, en mezcla con elementos egipcíacps y asiáticos. Hoy, en la post modernidad, también emergen los cultores qtie, en el mejor sentido -en el propio- y sin disimularlo (esto es imprescindible), plagian lo anterior, fragmentaria mente, y le añaden el sello "civilizatorio" del presente. Y ese proceder -como se dió en la Transvanguardia, por ejemplo- es no sólo lícito y comprensible, sino quizás hasta necesario. Pero no es el único camino creativo que se le abre a la post modernidad; hay otras vías, como la tomada por Morales Ruiz. Es posible abstraer la representación de la "realidad objetiva", sustraer las figuraciones antropomorfas, zoomorfas y fitomorfas, quitar hasta el último rasgo de paisaje, y entregarse a testimoniar la temporalidad; mejor aún, el reposo de un tiempo largamente acumulado. No hay horizontes en la presente pintura de Morales porque la tensión espacial, la Gran Morada, ha sido colmada por las veladuras del transcurrir, y sólo nos queda la horizontalidad como albergue del tiempo devenido.
 Sin embargo, no debe pensarse que la desaparición del percepto "Tierra" conduce en Morales, a la caída en el silencio. Si ya no va a contar la espléndida paganidad de la Magna Mater, en cambio se da con mayor vigor que antes la categoría de mundo. En la Tierra se habita, el mundo habita en nosotros, el existente, y como densa y dinámica constelación de significaciones que pugna por ser comunicada. Una vez más, la cosa, el dato material es opacado por el artista y sustituido por las tensiones del ánima en su más amplio sentido.
 Se trata de un consecuente desarrollo del arte de Morales, por lo que tiene la doble faz de lo conocido y de lo nuevo: es un reencuentro con sus propios antecedentes. El crítico Carlos Maldonado Burgoin, escribía lúcidamente, en la presentación del catálogo de la muestra individual celebrada en 1.991 en el Museo de Arte Contemporáneo: "Dentro de una atmósfera de nieblas, la sensación de envolvente -la evidencia, con su ambigüedad- se traspola una nueva categoría. Categoría ésta que el artista recrea con el uso sensible del color. Cualquier instancia a la realidad se esfuma, extralimita, para entrar a una visiónlírica expresiva del artista". A mi juicio, y por cuanto he comentado hasta ahora, esta categoría es el tiempo, la residualidad de todos los períodos de la cultura de Occidente, las neblinas y también las transparencias de la post modernidad. Más. que revivir la tendencia de la abstracción lírica -nacida ya en un tiempo remotocon Kandinsky-, Morales acentúa una de las posibilidades ínsitas en ella: el absoluto predominio del ánima, como término de un proceso de decantación, de desmaterialización casi mística. En mi escrito de 1.990, se anotaba tal tendencia, la cual se cumple plenamente en la exposición ahora a la vista.
Después de haber despojado de tantas cosas a la imagen, ¿qué permanece, cuáles virtudes se mantienen, cómo se cristaliza el elán expresivo del artista? Estos tres interrogantes pueden ser respondidos con un sólo término: color. La preponderancia de lo espiritual en la obra reciente de Morales jamás podría ser entendida cual el dominio del intelecto, de la impronta fría mente cartesiana proyectada en una pintura sin ánima ni sentimientos. Basta observarlos cuadros de Morales para percibir que no es así. En la alquimia que es el arte,el color da referencia simbólica de los procesos de estratificación y sublimación de la energía cósmica, en asociación indestructible con la psíquis. Los matices cromático s son proposiciones axiológicas, complejos de virtudes jerarquizadas de acuerdo con los niveles de trascendencia alcanzados por el artista y según el ecosentimental que ellos suscitan.
Con razón, M. Davy, en sus Essal sur la Symbolique Romane, recuerda que en la historia de las significaciones "el color simboliza una fuerzaascensional en el juego de la sombra (tinieblas, mal) y luz (ihmiínación, gloria, bién)". Jesús Morales se siente a sus anchas en semejantes lides: es un coloristanato. Con tenues y puras capas de óleo, extendidas meticulosamente cual barridos muy planos, Morales re in vindica la nobleza de la percepción de la "pintura-pintura", abriéndose el poderoso carisma del color de tal modo que su obra pictórica se distancia de todo conceptualismo. Para Morales -y justamente- el espíritu no es esquivalente a la razón discursiva. La atmósfera pregnante de infinitos climas del cosmos transreal y de la psíquis, se explaya sustantivamente. No es una relación circunstancial o adjetiva para albergarelementos "principales". Es ella la que asume el protagonismo escencial de la pintura. La intensa y empecinada formación técnica de Morales Ruiz semanifiesta muy especialmente en el uso del color, en cómo lo adopta y le confiere legitimidad a la hora de animar los lienzos. Todo residuo material es absorbido y diamantizado por la función sublimadora, alquímica, de los colores, tonos, matices; veladuras y transparencias.
Esta exposición de Jesús Morales Ruiz permite, sin duda, un fecundo reencuentro de el cual de asoma una voluntad de compromiso con el buen arte, no frecuente. Indicados los cambios, las novedades con respecto al pasado; que dan los vínculos con un quehacer artístico de gran coherencia, hasta el punto de que  es posible y adecuado cerrar este ya largo escrito con expresiones formuladas al fin de mi texto hace cuatro años: "...evanescencias, climas de tonalidades húmedas, comarcas de fabulación, enigmas translúcidos, energías que en el color se concentran y apaciguan, y mucho más se da en estas obras cuya factura impecable no es sino un medio para ampliar e intensificar nuestro mundo de apariencias, experiencias y significados"

Carlos Silva


“EL PAISAJE DE JESÚS MORALES RUIZ”.
 “El Paisaje ha sido un tema constante y recurrente en la historia de la pintura. Como cualquier otra forma iconográfica tiene el interés de colocar ideas y asociaciones dentro de una relación ordenada del mundo de la naturaleza. El pedazo de naturaleza escogido por el artista como tema para expresar su poder creador, está al servicio de una idea y mientras su manera es personal e individual, también lo es general y colectivo. La montaña El Ávila, como tema y como concepto, ha sido muy querida en el paisajismo venezolano. En su obra, Jesús Morales penetra en la misma historia sensible de la montaña, es su color una recreación de sí mismo, es su atmósfera encantada y encantatoria la que percibirá el espectador.
Los paisajes de Jesús Morales son una realidad física representada dentro de una realidad plástica, esto es del color y de la luz produciendo una atmósfera particular, y a la vez también son una realidad espiritual. De allí que se establezca una comunicación sin efectos artificiales, pero sí profunda a través de la convicción del artista, del creador. En estos paisajes el tema ostensible y el tema-idea, se conjugan de manera extraordinaria. Ellos son un lugar sensible, material y "conocible" para el espectador. "Conocibles" justo en el momento en que su materialidad pasa a disolverse para convertirse en forma, concepto de color y atmósfera. Estos dos últimos son precisamente los dos valores que el artista maneja eficazmente, para transmitir su concepción personal de la montaña, de esa montaña que puede ver y admirar a través de la ventana de su estudio y que permanece dentro de la ambivalencia de lo inmutable y lo cambiante. Luz, color, se asocian y confieren el último ritmo a la obra. Se mezclan, se construyen y destruyen, mostrando aquello que vale la pena ser visto, la verdad de su concepción del paisaje a nivel de la imagen de la realidad vista como una verdad en sus colores, en su luz y en su atmósfera, traduciendo una experiencia visible y única. No es ésta una experiencia narrativa ni descriptiva de un fragmento de naturaleza, sino una experiencia eminentemente visual, vibrante, lo que deviene la realidad misma de la obra.
Esta exposición de Morales muestra el trabajo laborioso y en proceso del joven artista. Ya se manifiesta con un lenguaje propio y personal referido al tema de El Ávila. Una nueva visión fresca y ajena totalmente a las concepciones ya conocidas, se evidencia en la unidad absoluta de la problemática pictórica traducida en términos de luz y color. La misma técnica utilizada por el artista lo conduce por una vía flexible y capaz de proporcionarle en cada obra la decodificación de los valores formales, siendo, entonces, cada una de ellas, una obra plena, autosuficiente y distinta. La lectura final la dejamos al espectador”.

Bélgica Rodríguez


ARMONÍAS DEL COLOR
"Azul de aquella cumbre tan lejana
Hacia la cual mi pensamiento vuela
Bajo la paz azul de la mañana,
Color que tantas cosas me revela!

CRUZ SALMERÓN ACOSTA: Azul (Soneto)

“Cuando en 1981 Jesús Morales Ruiz expone en el Museo de Nueva Cádiz (Edo. Nueva Esparta), bajo el título de Poesía, Luz y Color, la prestigiosa pluma de Luis Beltrán Guerrero figuraba entre los firmantes del catálogo. "Cayó el imperio de las perlas, pero queda una estrofa de los poetas de Cubagua" -decía el lúcido trovador y ensayista-o Para la presentación de esta nueva exposición del artista Morales Ruiz, Armonías del Color, nada más sugerente que la primera estrofa del gran soneto de un poeta grande de Cumaná, que como el artista, fue a buscar la lluvia en la naturaleza oriental. Por tiempo he seguido la obra de Jesús Morales Ruiz. Su consecuente actitud, la elevada constancia de su tesonero trabajo creador, y la sostenida evolución sin sobresaltos que dice de la sosegada y madura personalidad de este artista. Morales Ruiz como transfigurador de la luz -como en artículo periodístico le Llamé está destinado a ocupar un lugar en la plástica nacional entre los representantes de una generación de artistas que, embebidos en el conocimiento de la obra de los viejos maestros de la Escuela de Caracas, se está proyectando desde entonces hacia una nueva pintura. En su trabajo se advierte la presencia y huella de un pintor de color, atmósferas e ideas con un gusto y acento personal.
Sobre 1977 Jesús Morales Ruiz da el paso hacia la adultez de su quehacer creador. Previo a este necesario paso, se había apropiado de los elementos expresivos y de la sustancia de la pintura paisajista y "aire librista" de la escuela tradicional. Ese Viejo Tema(1981), Poesía, Luz y Color (1981) y Volver a Ver (1983) sugerentemente se llaman algunas de las exposiciones de Morales Ruiz. El artista ha seguido esta senda, que no ha desviado, y ahora se dirige hacia la exploración de un universo propio que tiende a lo abstracto. Sus últimos trabajos, algunos de ellos presentes en esta exposición en la Sala Cadafe del MACCSI, así lo anuncian. Jesús Morales Ruiz con ésta, una sensibilidad diferente, va abriéndose -en el actual momento de su vida artística- desde el mundo interior e introspectivo, el del paisaje psicológico, hacia un mundo con hemisferios que rotan en la abstracción y el lirismo. En sus últimas propuestas plásticas toda asociación y todo referente con la naturaleza se desdibuja en cada trabajo cada vez más. Es tiempo del tiempo, en que el joven creador en trance, busque su camino en la sinceridad de su hacer que ha sido su constante.
Sobre este particular, en la evolución artística de Jesús Morales Ruiz, son acertados los conceptos que en los "improntus" del fino artista cumanés, Carlos Silva advierte y señala en el texto de la última exposición individual en el Centro Armitano Arte: "ruptura-innovación: cada artista tiene sus propios tiempos de expresión y debe ser fiel a ellos para no forzar la coherencia íntima y formativa de un lenguaje". A lo que pudiera agregarse lo siguiente: "Por lo mismo, las variaciones idiomáticas que se van dando a lo largo del itinerario creativo de un artista constituyen el indicio fundamental para el establecimiento de juicios valorativos". (Catálogo de la Exposición: Jesús Morales Ruiz: Transfiguración de la Luz, 1990).
 La vocación artística de Morales Ruiz es -sin pie a la duda- fuente fundamental de su enriquecimiento personal. Formado como está en disciplinas contrarias a su carrera artística, Morales Ruiz siente, en la necesidad de expresarse de manera eminentemente plástica, una necesidad vital.
Como tanto artista que en su origen tiene por profesión la medicina, la abogacía, la ingeniería, nuestro artista concluyó estudios de Contaduría Pública, Análisis de datos, y otras especialidades conexas con el ramo administrativo-empresarial. Al ser interpelado acerca de su pasión por las artes plásticas, Morales Ruiz responde: "Lo más grande y hermoso que me ha podido haber ocurrido en la vida es poder expresarme con la pintura, todo lo que uno lleva por dentro, manifestar los distintos estados de ánimo dando a conocer su espiritualidad sin expresarla con palabras". Este afán por expresarse, en quince años de evolución artística, no es sencillo sistematizarlo para poder hablar de sub-períodos. No obstante, la obra de Morales Ruiz ya es tiempo de que deba serordenada desde un punto de vista de estudio, para el conocimiento y comprensión de un joven creador con sello personal y propio en el panorama artístico nacional.
La presente exposición: Armonías del Color, constituye un momento de cambio, de vuelta de velas, de giro de timón en el rumbo del artista. La Bitácora de su viaje creadoraún está por escribirse, pero resulta aún más que sugerente que las piezas que van a serexpuestas a cada nudo del recorrido vayan soltándose de cualquier atadura referencial a la realidad.
El mismo dice: "Podemos decir que mis obras no son realmente paisajes, sino visiones internas de estados de ánimo que tienen como elemento predominante el color". El color en el arte contemporáneo es, ha sido y será un protagonista. Mucho más viviendo entre el Trópico de Cáncer y el Trópico de Capricornio. El color y la luz son constantes del universo de un creador como Jesús Morales Ruiz. Antes su mundo creativo estaba atadoal referente de la montaña, el litoral, el cielo, el horizonte. Tiempo al tiempo, Jesús Morales a cada nuevo trabajo suelta las amarras a las esferas de lo convencional: Paz interior, Meditación, Plenitud, Aproximidad, Más allá, Planos de felicidad,... son de los tantos nombres que da a las obras de su más reciente creación en esta exposición llevada a cabo en el MACCSI.
 El espectáculo del devenir creador de todo artista, advierte que "todo conocimiento llega a una transferencia de orden que supone el reconocimiento del conjunto y de las partes del orden antiguo y del orden actual. En un último análisis, no se ve sino el cambio. Esta es la razón por la cual el ojo no nos transmite el espectáculo de un universo estable...". En tal sentido, yéndonos a un segmento comparativo de la obra de nuestro artista, puede ser visto ese devenir de su proceso creativo con un acento cada vez mayor hacia el universo de la creatividad psicológica. No es El Avila, una marina o un atardecer el referente de un tema de la pintura de Morales Ruiz. Pudiérase decir que es hasta un pretexto. Ahora, pasemos a ver los aspectos formales de todo un proceso largo y complejo que permite que al artista le sea igual partir de un ordenamiento horizontal o vertical paratrasegar todo sentido común en un color que el crítico Víctor Guédez califica de "iriscente" por las tonalidades. Jesús Morales Ruiz eleva la luminosidad de su paleta y hace que todas las combinaciones cromáticas queden subordinadas a la más alta calidadde la luminicidad que es el cromatismo del blanco. Desde la poética del color inauguradapor Goethe, hasta el alto tecnicismo de la teoría del color de Kandinsky y Mondrian, nuestro artista parte de un color sensible del cual habla el crítico brasileño Roberto Pontual.
Ese color se traduce, se transmuta en "una nueva visión fresca y ajena totalmente a las concepciones ya conocidas, se evidencia en la unidad absoluta de la problemática pictórica traducida en términos de luz y color". Dicha experiencia eminentemente visual, vibrante, de devenir de la realidad la refiere la crítico de arte Bélgica Rodríguez, en unmomento en que la pintura de Morales Ruiz estaba sujeta a una morfología vasta y sosegada. En la actualidad en que el entorno- paisaje se fuga de cualquier atadura identificable con la naturalidad, el actual trabajo de Jesús Morales Ruiz cobra tono mayor en el elemento del color. Máximo protagonista de la aventura creadora plástica, que el escritor Carlos Silva precisa en los siguientes términos: "Veladuras, horizonte sin sólitos, evanescencias, climas de tonalidades húmedas, comarcas de fabulación, enigmas traslúcidos, energías que en el color se concentran y apaciguan, y mucho más se da en estas obras cuya factura impecable no es sino un medio para ampliar e intensificar nuestro mundo de apariencias y significados".
De allí la sugerencia, en el epígrafe de esta presentación en la que, evocando a un poeta cumanés como el artista presentado, trovador de irredenta suerte personal, terminó susdías en el Golfo de Cariaco, Manicuare, en la Península de Araya: "Azul de aquellacumbre tan lejanal Hacia la cual mi pensamiento vuela Bajo la paz azul de la mañana, Color que tantas cosas me revela".
La experiencia visual, vibrante, suerte de devenir de la realidad misma del artista,encuentro personalmente que antes de un hedonismo creativo tiene su asidero en raícesmás profundas que el mero goce estético como fin del fin de una obra artística. Morales Ruiz pinta la pintura. Con una sensibilidad diferente, su nueva expresión plástica, su nueva pintura, su transfiguración de la 
luz, es un lenguaje íntimo, panteísta, de unacosmovisión orientalista llena de un misticismo pletórico de gusto inmediato. La medianía de la naturaleza y la expresión del artista cada vez se van haciendo más estrechas. Sus montañas y marinas de un horizonte infinito se han ido desvaneciendo.
Esas topografías espirituales, topografías dérmicas de una elevada espiritualidad, 
a cada paso y tiempo altiempo, se van haciendo más personales. 
La topografía, el accidente geográfico estáperdiendo todo referente de imagen, de "icono" para hacerse transrealidad.
Para Jesús Morales Ruiz el paisaje, que es un paisaje psicológico, se ha ido convirtiendo en otro 
asunto. "La compenetración" de la psiquis -dice Carlos Silva- y la transfrencia del extenso entorno natural, o si se quiere la reconciliación del hombre con su morada, delo vivible y lo habitable, pero muy lejos de cualquier resabio naturalista propio de aquellos viejos maestros de quienes se despidió". Jesús Morales inventa mundos. Y cada vez, estos mundos, se van soltando 
de los muelles que hacen tierra en cualquier rada de la realidad-aparente. Cuando en 1988 nuestro artista realiza la exposición Las transparencias del paisaje, está abriendo la rendija hacia la cual converge su actual trabajo. De ese acercamiento descriptivo al que supuestamente debiera estar aliado todo pintor que hace paisajes, Jesús Morales Ruiz propone un recogimiento espiritual. 
Tal como lo apunta el crítico Víctor Guédez: "la fuente de sus resoluciones se identifica con una introspección muy sosegada que no deja cabida a ningún ingrediente estridente: la visión apacible de la vida se convierte en condición necesaria y en el requisito suficiente de su versión plástica".
Desde el punto de vista conceptual, el espacio tiene categoría ontológica en la obra de Jesús Morales Ruiz. Hay un espacio físico y un espacio psicológico. Esa doble condición será un movimiento pendular de evidencia: entre lo axiomático pictórico y lo axiomáticoespiritual. 
Dentro de una atmósfera de nieblas, la sensación de envolvente la evidencia con su ambigüedadse traspola una nueva categoría. Categoría ésta que el artista recrea con el uso sensible del color. Cualquier instancia a la realidad se esfuma, extralimita, para entrar a una visión lírica expresiva del artista. Morales Ruiz comunica a nivel de piel un paisaje que no es sino las Armonías 
del Color.
La danza cósmica de la gran galaxia en que vivimos tiene su centro, su punto, su gravedad. 
La creación y la luz quedaron aprisionadás en materia pictórica. Este viraje hacia adentro, búsqueda del autoconocimiento, en el universo creativo de Jesús Morales Ruiz está perdiendo todo referente al dato-objetivo. El sentido común lo perdió hace tiempo ya, y todo sistema simbólico de ordenamiento pasó de la secuencia mundana a la visión revelada del mundo.
Como escritor y crítico, mucho me place que un artista de la seriedad de Jesús Morales Ruiz, haya querido que indagase su universo creador en una presentación para esta exposición que realiza el Museo de Arte Contemporáneo Sofía Imber en su Extensión Este, Sala Cadafe. Dato fundamental, al analizar la evolución del trabajo actual del artista, es el progresivo desdibujo de todo referente del entorno que avisa, anuncia y vislumbraun paso hacia la creatividad del abstraccionismo lírico. Las grandes franjas horizontales y confusas de artistas como Rothko o Mathieu serían las referencias más inmediatas de figuras ya consagradas de las artes contemporáneas.
Finalmente, no quería concluir mi presentación sin hacer una mención a la labor desempeñada por el artista en el campo de la docencia y en el desarrollo de las artes gráficas. Muchas veces me he preguntado si un comunicador de palabras y conceptos, como lo es un escritor, sería un creador pleno sin el ejerCicio diario, diríase hasta vulgar y trivial del periodismo. Ortega y Gasset al llegar a una España de contrastes y diferencias encontró que la página de prensa era la "levadura" de su hacer como pensador, antes más que la Revista de Occidente.
Un artista contemporáneo como comunicador de ideas, que no necesariamente tienen y deben ser plásticas, en la cátedra de enseñanza cuenta con un espacio inagotable de persuasión con su alumnado. A su vez, el artista con la gráfica, siguiendo el rito de Gütemberg, hace posible que su experiencia plástica tenga acceso por el beneficio de la obra múltiple.
Jesús Morales Ruiz, artista que sin sobresaltos y con una sensibilidad diferente ocupa un espacio en la actividad plástica del país, como transfigurador de la luz, revisor de la vieja idea y de una vieja visión, nuevamente expone. Como pintor de color, de atmósferas e ideas cuenta con una obra que merece ser apreciada por el público capitalino. Felicito a la administración del Museo de Arte Contemporáneo por tener en el programa de exposiciones a un artista con el gusto y mensaje de Jesús Morales Ruiz”. 

Carlos Maldonado Bourgoin


“LA FIGURACIÓN DE MORALES RUIZ”
 “Todas las noticias que nos llegan desde diversas partes del mundo del arte, hablan de una vuelta a la figuración, a la representación real idealizada o deformada, de lo circundante. Trátase de París, Venecia, Basilea, Dusseldorf, Nueva York o cualquiera de las otras capitales que marcan la pauta en bienales, ferias y tantas otras manifestaciones colectivas internacionales, es este un hecho comprobado.
Entre nosotros, desde hace varios años, las nuevas generaciones de artistas demuestran, cada vez que hay la oportunidad de una confrontación, que el hecho que aquí anotamos, es también una realidad entre nosotros.
JESUS MORALES RUIZ, al inaugurar esta nueva exposición, demuestra una vez más, su consecuente posición figurativa y su capacidad de transformar con su personal visión, los cotidianos temas. Para MORALES RUIZ las flores, los cacharros; las frutas y sobre todo la montaña, son sólo el pretexto para expresar la belleza escondida o apenas vislumbrada tras de las cotidianas apariencias y exaltada, sublimarla, amplificada si se quiere, llevando esas imágenes a un público que, cada vez más, está ahito de todo lo negativo que caracteriza nuestra época. Esta posición lo enfrenta a aquellos, numerosos por cierto, que consideran al arte actual como testigo y expresión de todo lo horrible, lo cruel, lo miserable y hasta lo patológico y anormal de nuestra época. Cuerpos mutilados, heridas cerradas con pespuntes que escandalizarían al más joven de nuestros cirujanos, sangre, mucha sangre derramada con profusión de rojos por toda ]a superficie del cuadro, esqueletos en macabras posiciones de protesta, seres famélicos que dan gritos de hambre, desollados, disecados y envueltos con vendajes, amarrados con trenzas o cadenas en burdos paquetes de desecho. .. Comprendo la posición de muchos jóvenes al querer ser testigos de su tiempo, pero no es sólo ese cuadro desolador y apocalíptico, del cual nuestra generación ha dado pruebas contundentes, el que caracterizará nuestra era. Bastaría citar solamente los avances científicos y tecnológicos, las grandes creaciones del pensamiento de tantos genios contemporáneos, los avances sociales y la inmensa creación de belleza en el área de la literatura o de la música.
Me resisto a creer que la locura del hombre pueda llevado hasta la destrucción voluntaria y total del planeta.
MORALES RUIZ pretende continuar creando bellezas. Y lo hace con una depurada técnica, donde el empleo del color en delicadas veladuras, el estudio del dibujo subyacente, las muchas veces insólita perspectiva de sus montañas y el juego de la luz finamente distribuida en la superficie del cuadro, hacen de sus obras remansos de paz para la serenidad de los espíritus.
A pesar de todo lo dicho, MORALES RUIZ no hace una pintura académica, pasada de moda, o simplemente anacrónica. Si bien es cierto que sus temas han sido los eternos temas que han apasionado a los más grandes artistas de todas las épocas, éstos son tratados de una manera personal y siguen vigentes, a pesar de sus numerosos detractores entre los teóricos, los críticos y aún entre muchos artistas, que con acrobacias literarias o por simples intereses mercantiles pretenden cambiar las reglas del buen gusto, y de la sensibilidad estética.
Por todo ello MORALES RUIZ ha merecido frases elogiosas de muchos de nuestros grandes maestros de la pintura. Bastaría citar los generosos comentarios de MANUEL CABRE o de PEDRO ANGEL GONZALEZ o de algunas de nuestras grandes figuras literarias como FERNANDO PAZ CASTILLO.
Por si fuera poco, admiro el valor de JESÚS MORALES RUIZ. Pienso que no sería difícil, y para granjearse comentarios elogiosos, dar un vuelco en su obra e ingresar en el grupo de los rebeldes e iconoclastas. No! Allí está la obra de un pintor que respeta las posiciones ajenas y sereno y seguro de sí mismo, aspira a lograr ese mismo respeto
Éxito para este joven pintor dotado de tan buenas condiciones como artista y como hombre

J. J. Mayz Lyon

III-POETAS
“LOS PAISJAES INMAGINATIVOS”   
“Los primeros poetas de quienes se tiene noticia en Venezuela se radicaron en Cubagua - Jorge de Herrera, Fernán Mateos, Diego de Miranda - huyeron, luego del maremoto, dejando escrita en latín, la estrofa inmortal, sobre una estela en las afueras de la destruida Nueva Cádiz:
Aquí fue pueblo planteado
cuyo próspero partido
voló por lo más subido
más apenas levantado
cuando del todo caído.

Vanidad de vanidades. Cayó el imperio de las perlas, pero queda una estrofa de los poetas de Cubagua. Hace más de dos mil años las Vestales no suben al templo a prender la llama en el Capitolio Romano; sin embargo, el Canto al Siglo, de Horacio, que cantaron 400 doncellas y 400 donceles desnudos, se estudia y lee en todos los medios cultos: ha perdurado más que la religión gentílica.
Jesús Moralez Ruiz, pintor que traslada su fantasía al lienzo, llena sus cuadros de paisajes imaginativos, atormentados de colores y asordinados por matices, va ahora a La Asunción a ofrecer su homenaje de artista a los poetas de todos los tiempos, comenzando por aquellos que iniciaron en Nueva Cádiz nuestra historia literaria.
Ojalá el público margariteño premie y estimule a este nuevo pintor oriental del País, lleno de ímpetus creadores”.

Luis Beltrán Guerrero

“LOS SECRETOS DE LA MONTAÑA, SU FORMA Y COLOR”.
“Celebro que un joven lleno de talento como Jesús Morales Ruiz, indague en esta exposición, con tanto acierto, sobre los secretos de la montaña, su forma y su color.
La montaña es en sí misma un sortilegio capaz de engendrar sortilegios.
La montaña ha sido siempre un tema de la poesía, de la pintura, del hombre.
En la montaña la línea y el color los ha precipitado la naturaleza, poniéndolos en un contexto armónico donde el resto de los elementos fundamentales hacen un juego de sublime majestad; la lluvia, el sol, la sombra de una nube, el color de los cantos y los árboles, la silueta de la totalidad casi en todas partes. Yo he amado siempre la montaña, la montaña de valle de Caracas en particular. He amado desde niño la presencia de su majestuosidad y por eso celebro como un ritual cada vez que el hombre se acerque a ella para descubrirla, para iluminarla, para amarla. Cada día que veo el Ávila, el cerro de todos nosotros, tengo la sensación de la vida total y no puedo menos que recordar a Rafael Ángel Insauti cuando lleno de amor, temeroso y vivencial, preguntaba en su libro El Valle, La Ciudad y El Monte:                                
¿y si cuando vuelva no está allí y no lo encuentro? Cada vez que recuerdo este verso, sonrío porque sé que en el monte, en su color y que su luz, está el sentimiento de la eternidad”.

 Rubén Osorio Canales

LA LUZ HECHA PAISAJE. 
El Sol es la fuente de la vida y del color en la obra de Jesús morales Ruiz. El Sol, un guion glorioso a donde acude a toma r la sabia creadora el artista en su incesante quehacer. En él se encuentra toda la celebración de la luz. Su pintura reactualiza el mito, hace conciencia que más que fiesta de color es un ritmo de luz, es el contacto con lo ancestral lumínico.                                                                     Remontarse al tiempo idílico del color convertido en paisaje, plasma un ideal y con él establece una relación. Es un presente que concuerda con el paisaje utópico. Es el pintar un sueño. Su obra revela  un mito y un acto que vincula el día, la tierra y el color.                                                                                                                                       Hay un tránsito hermético del sueño, del paisaje y del lienzo.                                                  En cada pincelada extrae una nota de un rayo de sol, reproduciendo fiel mente su grandeza lumínica: su estridente melodía y la sutileza del amanecer y del ocaso. Paisaje grande, limpio, cálido, audaz, abierto, blando.                                                Paisaje que late a ritmo de vals con los cielos y montañas. Paisajes asaeteados por montes halagados por colinas, regocijados por nubes conmovidas con el tiempo y arrulladas por la quietud.                                                                                               Paisajes entendidos en su interior, por el amor del sol y de la tierra, que hacen vibrar su faz, Paisajes de vida propia sensitiva, solícitos de bondad que abrigan la esperanza de una idílica tierra donde reina una perfecta armonía de hombre ambiente y universo, remembrando un antiquísimo edén.                                             Paisajes exentos de cierta presencia humana. Vientos de luz, densas nubes de color, tranquilizantes, un color siempre pastel, flotando la luz y sus cuadro.                                 Jesús Morales Ruiz eterniza un arcoíris de paz que une el lienzo a la imaginación. Arco iris de paz que desmenuza la luz de sus múltiples facetas. Puente entre las nubes de lo vedado y la libertad del color. Unión de amarillos vivos con violetas escondidos, ágape entre naranjas hermosos y verdes esmeraldinos, abrazos entre rojos iracundos  y azules celestes, líneas de horizontes  lejanos, por nostálgicas línea de de paisajes sublimes, líneas de suavidad por el descanso de los montes, líneas de juguetonas nubes aburridas por la altura, líneas de calmadas aguas, plenas de saciedad y holgura, líneas de llanos inmensos, secos por el eterno cabalgar de la brisa, líneas de risueñas colinas, alegres por la lozanía de su juventud, líneas de playas monótonas por el eterno ensayo de apacibles olas.

Orlando Campos R.                                                                                                                       Caracas, 1995


“ABSTRACCIÓN DEL PAISAJE”.
“Jesús Morales Ruiz es uno de los creadores más representativos de este siglo, es un artista de una impresionante carga lírica  y dramática, quizás porque se sabe conocedor de otras áreas relacionadas con el universo, su energía y su presencia. En sus obras artísticas se vislumbran los amplios corredores, esa búsqueda interminable, ese fin que no es otro que sorprender al espectador, ese afán de hombre que realiza un oficio y además lo cumple con honestidad, entregando y entregándose... Dando de sí lo mejor y colocando en el todo lo que conoce y sabe.  Ante cualquiera de sus pinturas, de sus cuadros, ante la más insignificante pincelada, queda claro que Morales Ruiz logra su propósito a plenitud y además con resolución y seguridad, resolución de quién se sabe conocedor del camino y la seguridad del artista que se conoce los secretos de su hacer y quehacer creativo.
Los dos aspectos o ciencias en que se fundamenta el arte de la pintura, -el dibujo y el color- se hacen presente en su obra en un nivel eminente. Convirtiéndose en instrumentos dóciles y aptos para capturar los más reguardados contornos de la realidad marina, aprisionándola en pinceladas firmes, sólidas, vibradoras; líneas que emergen a veces con una marcada turbulencia o placidez... dulce, lírica o ruda en su expresividad, pero siempre exacta, ceñida a la forma y entreabriendo las compuertas para el juqueteo con el color, ese reto que todo pintor asume como el imán irresistible, reto que Jesús Morales Ruiz acepta y triunfa en sus logros a fuerza de estudio, paciencia y sabiduría, logrando así; el único color posible, ese tono irreemplazable, esa relación necesaria, esa cantidad de pasta suficiente, ejecutándola con la naturalidad que se manifiesta en la mano confiada, sin retoques que ensucien sus trazados, sin titubeos que hagan la pincelada infirme, sin errores que obligen a la correción decepcionante.
En el paisaje, especialmente, donde el virtuoso dibujante no tiene por qué someterse a formas intangibles, a perfiles únicos; donde cada cosa admite en su apariencia cierta laxitud, porque no se define como individuo sino como especie, Jesús Morales vierte sobre el lienzo todo el juego de los colores de su paleta, con pasión, con lujuria, con desenfadada alegría. Recuerdo haber visto en una oportunidad uno de sus cuadros, de repente me vi sola en aquel dramatismo, en aquel torbellino de olas que iban y venían, estaba sola, mínima ante aquellas asombrantes pinceladas, observando la profundidad de unas manchas donde resaltaban destellos de naranjas, azules, amarillos y ocres. Todo sobre la bordadura de un blanco que subrayaba el ribazo y se convertía en rompiente de luz, en ese imprescindible vértice y escollo radiante, en un breve toque niveo, entorno al cual la composición adquiría un orden y una jerarquía que terminaba, sin reparo posible, en aquella luminosidad sobre las aguas.
Sus paisajes marinos, al igual que la poesía trastocan las fibras y hacen aflorar  sensibilidades, despertando la profunda y única misión de la creación, el fin estético y sublime "la propia vida". En sus obras artísticas lo blanco, lo azul, lo amarillo, el ocre y el naranja se congregan para dar forma a la unidad temática de su obra. Lo blanco nos conduce al encuentro con la originalidad, a esa soledad que guarda y esconde con recelo hasta límites invisibles, lo azul nos despierta y nos hace sentir la quietud, el relajamiento, el sosiego, ese desenvolvimiento dulce y efervescente, que abre o divide la blancura o la luz y es que para este artista, el color no es un simple instrumento de su labor, es una chispa o vibración interna en la que forma y contenido se acoplan. Cada verde, cada gris, cada tono se hace sentir con un marcado sentido humano, en el conviven lo que se calla, lo se esconde... Con la magia inalcanzable, pudiéramos decir entonces; que en Jesús Morales nos encontraremos con el artista que aunque solo, atrapa la luminosidad de un sol único e irrepetible, pero también el de nosotros, un sol que lleva ese hechizo del atardecer sobre el mar, enfrentándonos a nuestros extremos íntimos del infinito esplendor.                               
Aquí tienen el fruto no de un día, ni el resultado de una intuición genial, aunque la genialidad del artista, su don innato tenga parte indudable. Es el resultado, más que nada, de horas enteras de trabajo, de ensayos, de tentativas una y otra vez repetidas, de pruebas, de ejercicios, producto del no dormir... de ese sudor que te invade cuando sabes que estás próximo a producir algo importante, de ese proceso que se lleva a cabo, naturalmente, sin prescindir de la realidad en que el artista se motiva e inspira”.
Mirimarit Paradas


FIGURACIÓN & ABSTRACCIÓN
Toda manifestación artística, necesita de la participación creativa del artista… para intensificarse como torrente, como esa pulsación que remueve la fibras de los espectadores y que al mismo tiempo se internaliza y se hace huella, viento que roza suavamente la atmósfera, mirada exploradora que nos devuelve la grandiosidad y desnudez de una propuesta que se asoma y alimenta el espíritu.
Jesús Morales Ruiz, ha venido demostrándonos durante estos 41 años de trabajo y entrega en el ser y hacer de las artes plásticas. La grandiosidad de una obra, que, surge de una búsqueda estrechamente cohesionada y conectada a nuestra naturaleza; como producto del estudio y la disciplina diaria, alimentada de nuevas tendencias, sellando la majestuosidad de una propuesta que comunica y motiva al espectador, provocando en él…  interés por la investigación y el conocimiento.
Y es que sus raíces están entrelazadas a nuestra región oriental (Sucre -Nueva Esparta), transformando esa visión del paisaje y sus montañas e introduciendo la multiplicidad de matices, de trazos que señalan la energía sublime de un viento que se instala y complementa la riqueza de una pincelada, llevando implícito un lenguaje, una imagen que se pudiera llamar vanguardista, pues como creador se inventa sus marinas, con sus rosados, sus blancos, sus azules, y sus destellos… que enamoran las pupilas.
 Su ser y hacer no solo está relacionado con la pintura, pues su espíritu creativo, le impulsa, a la búsqueda de nuevos horizontes que complementen su labor, conduciéndole por los vericuetos de la escritura y el periodismo cultural –manteniendo durante algún tiempo- una página de Arte en el Diario El Caribe, además de su trabajo en Tarot y hasta sus practicas deportivas, llegando a convertirse en Sensei, cinta negra (4to DAN).
No puedo dejar de mencionar la creación del Circulo Internacional de las Artes, ventana que le ha permitido proyectarse como promotor cultural, dándole oportunidad a nuevos artistas y creadores consagrados para la exposición de sus obras. Rindiendo homenaje a reconocidos artistas plásticos y otras figuras vinculadas al ilimitado mundo de las artes, la música, la escultura y las letras.
Jesús Morales Ruiz, se ha convertido en referencia histórica del transcurrir evolutivo de las artes en nuestra tierra de azules… como le llamaba el Maestro de maestros “Luís Beltrán Prieto Figueroa”, pues quién no ha presenciado  en alguna oportunidad la entrega de los Premios CIANE, donde se han hecho presentes respetados críticos, artistas plásticos, músicos, escritores, periodistas, dramaturgos, empresarios y personalidades que han contribuido en el desarrollo y enaltecimiento de nuestra identidad cultural.
Hablar de su trayectoría es hablar del hombre, del amigo, del creador del Museo de Arte Pedro Ángel González –Centro de Arte La Mira CCT- que ha venido abriendo espacios para exposiciones, muestras, recitales, conciertos, obras de teatro y todo tipo de manifestción que alimente el espíritu, y nos convierta en seres más humanos y respetuosos de la naturaleza.
No puedo dar por finalizada, estas cuartillas que emergen de mi cercanía con la obra y el trabajo de Jesús Morales. Sin mencionar sus ovacionadas y reconocidas exposiciones Mujeres en el Arte, Virgen del Valle y otras en los espacios del Centro Comercial Sambil, un trabajo laborioso y disciplinado que realiza al lado de un organizado grupo de trabajo, gracias a la apertura de los directivos de este reconocido espacio comercial de nuestra isla.
Mirimarit Paradas

LA INTIMIDAD DEL PAISAJE
Una imagen para las sensaciones
El paisaje como cualquier otro elemento natural o urbano, visto desde la perspectiva postal, es un simple artificio, un retazo  del todo que se descifra en la memoria, una imagen para las sensaciones. Tomar el tema del paisaje para recrear el universo pictórico es una alternativa que puede tocar las pulsiones más íntimas del ser humano, porque no se trata del paisaje como tema, ni como elección por el mero gusto, se trata de absorber su esencia para volcarla con la fuerza del color sobre la límpida tela que la espera.
Jesús Morales Ruíz, ha dedicado cuarenta y dos años de su vida a la pintura, lapso en el que se ha paseado por diferentes propuestas dentro de la figuración, en los últimos años se ha dispuesto a jugar de una manera muy seria, con las variaciones del mar, sus caprichos, sus múltiples maneras de pronunciarse desde cualquier punto, cualquier hora y hasta cualquier infinito horizonte que le grave sobre el lienzo el irrepetible momento de una puesta de sol. Profundas disyuntivas se formula el espectador ante la posibilidad de equivocarse con los amaneceres tan parecidos a un atardecer, provocando con la misma intensidad la sensación de estar allí, en presencia de la gestualidad de las olas, sus aromas de espuma estimulando los sentidos y un irresistible deseo de penetrar su intimidad marina.


No es necesario enmarcar la obra de este destacado artista en una corriente específica porque su obra no se sostiene en una época, ni en un determinado espacio de la historia, es su trabajo un producto de todos los tiempos, siempre caminará con paso firme hacia su destino porque está desprovista de ataduras, goza de la libertad que toda obra merece, de la interpretación que de ella se quiera hacer  porque la intencionalidad en este caso, no está dirigida hacia esas posibilidades científicas sino que va más allá de un cerco, se eleva hacia el mundo de las sensaciones independientemente del hecho creativo.  Los paisajes de Morales buscan ese espacio íntimo que invita a modificar la percepción cotidiana en otro espacio de variaciones tonales sugestivas para el goce espiritual. He aquí una paradoja, siendo que se proyectan como una suerte de pantallas para exaltar los sentidos, tienden a proporcionar la placidez de la calma, el reposo, el hamacar de un remanso a orillas del Caribe. Ese caribe que también encarna su figura y lo hace indisoluble de su propuesta plástica; es decir, estar en presencia de su obra es simplemente estar con él, es estar en contra del racionalismo Descartiano,  Morales nos enfrenta al empirismo puro, porque es la experiencia y la percepción ante el objeto lo que importa,  como bien lo dirían Locke y Hume sobre la tesis de que todas las ideas provienen de los sentidos; aunque éstos nos puedan engañar disfrutamos de esa mentira que la imaginación de un artista es capaz de transmitir con la mancha que vibra, con el solaz misterio que se formula entre la emoción captada por el ojo y la capacidad del artista para transmitirlo.

                                                                                              Reina María Rada
                                                                                                  Agosto 2016


Jesús Morales Ruiz… Huella y Matiz  “Abriendo Horizontes”
El arte siempre ha sido a través de los tiempos, ese rasgo infinito que delinea y registra episodios de la historia. Esa pisada firme que retrata la mirada de una luz reflejada en el espejo, esa misma luz recomendada tantas veces por Hamlet a los actores, esa transparencia mística… cercana a la espiritualidad sublime, mostrando a la virtud su trazo, su desnudez, su fuerza, el punto exacto de una imagen marcando a cada edad y a cada generación su forma y sello.
En el caso que ahora me atrevo a dibujar, el del artista plástico Jesús Morales Ruiz, aseguro que se mantienen agudas, intensas, las observaciones del Maestro, pues todo creador vislumbra la realidad de acuerdo a su percepción. Asunto que nos conduce al descubrimiento de dos términos de la ya conocida ecuación: creador-realidad. El primero de ellos como ese espejo shakespereano tan esencial como el segundo, la realidad.
Mantener ese espejo límpido que refleje de manera más fidedignamente posible, es tarea de todo artista, pues no se trata de un problema tan solo del hacer… sino, lo que es mucho más serio, del ser. Pues en el espacio exterior, frecuente en cada una de sus obras, se establecen con precisión los planos de profundidad, ese realismo del paisaje que emerge, esa clara aplicación de la perspectiva corregida y marcada por la contemplación analítica de la naturaleza y el hilo azul que nos circunda, reflejada en sus marinas. La fluidez entre las figuras y su entorno es también la de la luz, la del espacio. Se diría entonces que el Maestro Jesús Morales Ruiz, logra registrar la vivencia, la atmósfera, el registro de un tiempo, que no es otra cosa, que la propia vida.
La luz, presente en su obra, es resuelta sabiamente a través del color dispuesto en capas superpuestas y transparentes, sin contrastes violentos; como cuando acaricias y haces el amor con la entrega y pasión que solo ofrece el sentimiento más sublime, cediendo al volumen el célebre sfumato, envolviendo suavemente el trazo, ese oleaje que describe la luz y el matiz de atardeceres centelleantes, salvajes, como esa ola que dibuja el paisaje y nos conduce a la búsqueda del horizonte, al mismo tiempo que ilumina la profundidad del espacio natural, generando color a las sombras.
 Su presencia plástica, pudiéramos decir que, desde los primeros términos hasta la profundidad de los fondos montañosos, rodea las formas; se hace perceptible; da énfasis a la disposición del paisaje, especialmente en los retratos, donde los elementos más expresivos del ser humano, el rostro, adquieren importancia.
En cuanto al tratamiento del espacio exterior en la obra de Jesús Morales, se establecen con precisión planos de profundidad real del paisaje, existe una clara aplicación de la perspectiva corregida por la experiencia de la contemplación analítica de lo natural, la fluidez entre las figuras y su entorno en estos cuarenta y cinco años de trabajo permanente, es también la de la luz y la del espacio. Sus recursos, sus búsquedas, sus conocimientos hacen que el paisaje y su propuesta plástica no sea un mero escenario decorativo, sino algo lleno de vida y movimiento que enmarca el instante exacto del palpitar majestuoso entre la imaginación y realidad.
El concepto y la búsqueda de este genial artista, nos llevan de la mano hasta la calidez de sus paisajes marinos, donde el oleaje y las formas, el trazo, el dibujo y la pincelada se hacen necesarios; resaltando la disposición de las imágenes, especialmente el rostro y la naturaleza muerta, pues observamos con sorpresa y acierto la presencia de algunos elementos generadores de vida, ese sentimiento presente a través de los matices y las sombras, esos códigos y planos, impregnando el resultado de una obra plástica que adquiere más importancia con el tiempo.
 La luz-resuelta sabiamente por Jesús, a través de un color dispuesto en capas superpuestas y transparentes, sin contraste algunas veces, violentos y sensuales en otros, cediendo al volumen, esa suavidad que semeja una caricia, esa telúrica figura que al mismo tiempo ilumina la profundidad del espacio natural, dando color y sombra a la búsqueda de una intimidad compartida. La captación personal de un artista, un explorador, un estudioso, pero sobre todo un Maestro… que, en estos 45 años, nos presenta la veracidad y la unidad de su obra artística, sorprendente, dinámica y efervescente. Una obra tejida y catapultada en el devenir de la historia y el estudio de las artes plásticas contemporáneas.
Hoy 10 de mayo, fecha en la que celebramos el Día Nacional del Artista Plástico, en conmemoración al nacimiento de Armando Reverón, “Pintor de la luz y la irreverencia”. El Museo de Arte Contemporáneo “Francisco Narváez”, les invita a ser partícipes de Abriendo Horizontes,  la exposición y la obra de un Maestro, de un hombre sencillo, con sus aciertos y virtudes, pero marcado por la estirpe de verdaderos creadores, de maestros de la pintura que contribuyeron a la formación artística de Jesus Morales y a la consolidación del modernismo en Venezuela, entre otros:  Manuel Cabré, Ramón Vásquez Brito, Pedro Ángel González, Juan Vicente Fabbiani, Luís Alfredo López Méndez, Tomás Golding. Impregnando la trayectoria de una obra que se enrumba a ese proceso transformador y renovado de la decantación artística y transcendente para las generaciones futuras.
                                                                         Mirimarit Paradas (2019)

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