JESÚS MORALES RUIZ – ARTISTA PLÁSTICO
moralesruizjesusrafael@gmail.com Tlf: 0416-7992002
ANTONIO LÓPEZ ORTEGA
Premio Sofía Ímber
PREMIOS CIANE 2013
Premio Sofía Ímber
PREMIOS CIANE 2013
REPUBLIQUETA.
“Esta palabra me ronda desde hace unos días, quizás porque he estado expuesto a preguntas e indagaciones de todo tipo sobre el país que vivimos. Es uno de los riesgos de atender hoy invitaciones académicas o seminarios en el exterior: la gente pregunta por nuestro desmadrado país y las respuestas escasean.
Tampoco el humor viene a tu auxilio, porque finalmente los acontecimientos son trágicos. Tienes que soportar las dosis de escepticismo, de rabia, de ofensas, incluso de burla. Vives en una republiqueta, en el disparate continuo, y sin embargo debes esforzarte por aparentar no digamos lo contrario pero sí al menos un mínimo de comprensión o análisis. Sólo que tampoco estas bendiciones llegan a tiempo, sumiéndote en una mudez extraña, vergonzosa. Nunca la función de representar algo (¿un país?) había llegado a un estadio tan bajo, tan subterráneo; y también nunca la función intelectual había estado tan desvalida, tan desorientada. Hay quien admite que la realidad supera a la ficción, pero es desolador reconocer que esa misma realidad (referente mayor) está lleno de sangre.
Hace tiempo que nos cansamos de decir que ya no tenemos capacidad de asombro porque todos los límites se han traspuesto. Y sin embargo, la barra se corre cada día más, hasta lo indecible, hasta la anomia, hasta la muerte de cualquier significado. Las palabras ya no dan cuenta de la realidad, ya no nombran, y entonces se produce esa dolorosa fractura del sentido. No hay verdad, no hay moral, no hay eso que los ingleses llamaban common sense. Es más bien un país de la mentira, de la locura, de la muerte. Mirar hacia el liderazgo público dominante es reconocer a una banda de improvisados, de tahúres, de desalmados, más próximos del insulto que de cualquier otro concepto. Los valores son pieles arrancadas a los animales más vistosos que todos pisotean bajo la marcha fúnebre de una soldadesca inconsciente.
Una republiqueta nos definiría bien: una mueca, una imitación, un amago, de los que sólo nos queda la sombra. Calcar algo que alguna vez fue original, o que alguna vez representó algo. Griterías en los foros públicos, insultos desde los más altos estrados, torceduras legales ofrecidas al mejor postor. Por no hablar de circunstancias mayores, como la del fantasma que sólo reviven los declarantes o como los presidentes de repúblicas foráneas que hablan como si nos gobernaran. Hasta eso hemos permitido: que la máxima magistratura se convierta en una danza de ánimas.
Este juego sólo lo entenderemos cuando podamos verlo a la distancia. Si hoy nos reímos del cuerpo insepulto de Castro, o de la forjada fecha de muerte de Gómez, o de Monagas elegido cuando ya estaba muerto, ¿cuál será la risa del futuro ante lo que hoy vivimos? Esto está más próximo no digamos a una pieza de Shakespeare sino a una zarzuela de barrio, con protagonistas que son locos, fantasmas o muertos anónimos. Nadie sabe qué rol juega porque el rol se ha convertido en la propia razón de ser del actor. Si un actor no tiene esencia, bien valen los papeles que representa: pueden convertirlo instantáneamente en el ser más despreciable de un drama teatral. Sólo que en esta malhadada hora ya no se trata de individualidades sino de colectivos. Lo que está en juego es la cosa pública, que lejos está ya de ser lo que era, sino apenas su mueca o su sombra. Somos no ciudadanos de una república, sino los fantasmas de una republiqueta”.
“Esta palabra me ronda desde hace unos días, quizás porque he estado expuesto a preguntas e indagaciones de todo tipo sobre el país que vivimos. Es uno de los riesgos de atender hoy invitaciones académicas o seminarios en el exterior: la gente pregunta por nuestro desmadrado país y las respuestas escasean.
Tampoco el humor viene a tu auxilio, porque finalmente los acontecimientos son trágicos. Tienes que soportar las dosis de escepticismo, de rabia, de ofensas, incluso de burla. Vives en una republiqueta, en el disparate continuo, y sin embargo debes esforzarte por aparentar no digamos lo contrario pero sí al menos un mínimo de comprensión o análisis. Sólo que tampoco estas bendiciones llegan a tiempo, sumiéndote en una mudez extraña, vergonzosa. Nunca la función de representar algo (¿un país?) había llegado a un estadio tan bajo, tan subterráneo; y también nunca la función intelectual había estado tan desvalida, tan desorientada. Hay quien admite que la realidad supera a la ficción, pero es desolador reconocer que esa misma realidad (referente mayor) está lleno de sangre.
Hace tiempo que nos cansamos de decir que ya no tenemos capacidad de asombro porque todos los límites se han traspuesto. Y sin embargo, la barra se corre cada día más, hasta lo indecible, hasta la anomia, hasta la muerte de cualquier significado. Las palabras ya no dan cuenta de la realidad, ya no nombran, y entonces se produce esa dolorosa fractura del sentido. No hay verdad, no hay moral, no hay eso que los ingleses llamaban common sense. Es más bien un país de la mentira, de la locura, de la muerte. Mirar hacia el liderazgo público dominante es reconocer a una banda de improvisados, de tahúres, de desalmados, más próximos del insulto que de cualquier otro concepto. Los valores son pieles arrancadas a los animales más vistosos que todos pisotean bajo la marcha fúnebre de una soldadesca inconsciente.
Una republiqueta nos definiría bien: una mueca, una imitación, un amago, de los que sólo nos queda la sombra. Calcar algo que alguna vez fue original, o que alguna vez representó algo. Griterías en los foros públicos, insultos desde los más altos estrados, torceduras legales ofrecidas al mejor postor. Por no hablar de circunstancias mayores, como la del fantasma que sólo reviven los declarantes o como los presidentes de repúblicas foráneas que hablan como si nos gobernaran. Hasta eso hemos permitido: que la máxima magistratura se convierta en una danza de ánimas.
Este juego sólo lo entenderemos cuando podamos verlo a la distancia. Si hoy nos reímos del cuerpo insepulto de Castro, o de la forjada fecha de muerte de Gómez, o de Monagas elegido cuando ya estaba muerto, ¿cuál será la risa del futuro ante lo que hoy vivimos? Esto está más próximo no digamos a una pieza de Shakespeare sino a una zarzuela de barrio, con protagonistas que son locos, fantasmas o muertos anónimos. Nadie sabe qué rol juega porque el rol se ha convertido en la propia razón de ser del actor. Si un actor no tiene esencia, bien valen los papeles que representa: pueden convertirlo instantáneamente en el ser más despreciable de un drama teatral. Sólo que en esta malhadada hora ya no se trata de individualidades sino de colectivos. Lo que está en juego es la cosa pública, que lejos está ya de ser lo que era, sino apenas su mueca o su sombra. Somos no ciudadanos de una república, sino los fantasmas de una republiqueta”.
Antonio López Ortega
PREMIO SOFÍA ÍMBER.
Antonio López Ortega nació en 1957 en Punta Cardón, Estado Falcón, Venezuela.
Narrador, ensayista, docente y promotor cultural. Ha publicado libros de narraciones breves, entre los que destacan: Cartas de Relación (1982); Calendario (1985), Naturalezas Menores (1991); Lunar (1996); Río de Sangre; Fractura; Indio Desnudo; la Novela Ajena; y los libros de ensayo: El Camino de la Alteridad y Discurso del Subsuelo y otros relatos. Fue compilador de la Antología de Nuevo Cuento Venezolano Las Voces Secretas y coautor de la Antología del Cuento Venezolano del siglo XX La Vasta Brevedad. Es columnista del diario El Nacional. Ha sido fundador de la Editorial de Poesía Pequeña Venecia en 1989; participante del International Writing Program de la Universidad de lowa USA, en 1990 y becario de la Fundación Rockefeller en 1994.
Hijo de padre caraqueño y de madre canaria.
Desde muy niño, vivió entre los campos petroleros de Maracaibo y la ciudad holandesa de La Haya.
Cursó estudios de Física y Letras en Caracas y luego Estudios Hispánicos en París Francia.
Narrador, ensayista, docente y promotor cultural. Ha publicado libros de narraciones breves, entre los que destacan: Cartas de Relación (1982); Calendario (1985), Naturalezas Menores (1991); Lunar (1996); Río de Sangre; Fractura; Indio Desnudo; la Novela Ajena; y los libros de ensayo: El Camino de la Alteridad y Discurso del Subsuelo y otros relatos. Fue compilador de la Antología de Nuevo Cuento Venezolano Las Voces Secretas y coautor de la Antología del Cuento Venezolano del siglo XX La Vasta Brevedad. Es columnista del diario El Nacional. Ha sido fundador de la Editorial de Poesía Pequeña Venecia en 1989; participante del International Writing Program de la Universidad de lowa USA, en 1990 y becario de la Fundación Rockefeller en 1994.
Hijo de padre caraqueño y de madre canaria.
Desde muy niño, vivió entre los campos petroleros de Maracaibo y la ciudad holandesa de La Haya.
Cursó estudios de Física y Letras en Caracas y luego Estudios Hispánicos en París Francia.
En la actualidad es Director General de la Fundación Bigott en Caracas, Venezuela.
A lo largo de su larga y dilatada carrera profesional ha recibido Premios y Reconocimientos entre los que destaca el Premio Sofía Ímber, CIANE 2013, otorgado por el Círculo Internacional de las Artes del Estado Nueva Esparta CIANE, entre otros.
A lo largo de su larga y dilatada carrera profesional ha recibido Premios y Reconocimientos entre los que destaca el Premio Sofía Ímber, CIANE 2013, otorgado por el Círculo Internacional de las Artes del Estado Nueva Esparta CIANE, entre otros.
DESTINO…MARGARITA LA PERLA DEL CARIBE
La Periodista Indiana Galindo, del diario El Sol de Margarita, Premio Iván Cardozo Yáñez, Premios CIANE 2011, el 11 de Noviembre del 2011, le hizo una entrevista al escritor Antonio López Ortega, al respecto escribió: Analítico, bohemio, comedido, dedicado… probablemente se podría utilizar un adjetivo por cada letra del alfabeto para describir a Antonio López Ortega, tan sólo después de algunos minutos de conversación. Él es uno más de los personajes que han venido a parar a la isla de Margarita en busca de nuevos horizontes… Desde los años setenta ha dirigido talleres en diferentes espacios como la Casa de Estudios Latinoamericanos Rómulo Gallegos (Celarg), la Universidad Simón Bolívar, el Icrea y la Universidad Metropolitana.
La Periodista Indiana Galindo, del diario El Sol de Margarita, Premio Iván Cardozo Yáñez, Premios CIANE 2011, el 11 de Noviembre del 2011, le hizo una entrevista al escritor Antonio López Ortega, al respecto escribió: Analítico, bohemio, comedido, dedicado… probablemente se podría utilizar un adjetivo por cada letra del alfabeto para describir a Antonio López Ortega, tan sólo después de algunos minutos de conversación. Él es uno más de los personajes que han venido a parar a la isla de Margarita en busca de nuevos horizontes… Desde los años setenta ha dirigido talleres en diferentes espacios como la Casa de Estudios Latinoamericanos Rómulo Gallegos (Celarg), la Universidad Simón Bolívar, el Icrea y la Universidad Metropolitana.
Él sabe bien cómo un estímulo en el momento adecuado puede cambiar un destino para siempre. Todavía recuerda al profesor Saavedra, aquel cura español que le daba seis horas de literatura en el primer año de bachillerato en un campo petrolero de Cabimas. “Las clases del jueves las dividía en dos sesiones, la primera para que todos escribiéramos algo y la segunda para leer lo que habíamos escrito”, rememora ya muy lejos de aquel estudiante de bachillerato que redactaba así sus primeras líneas.
No es sólo cuestión de escuela, también importa el hogar. La llama de su alma literaria pudo haberse encendido mucho antes gracias a su madre, una mujer canaria que siempre tuvo una forma de hablar, unos valores y unas ideas diferentes que lo influenciaron profundamente. Todas esas circunstancias se conjugaron mágicamente para que esa luz se mantuviese encendida, a pesar de los soplos inevitables de la vida, hasta llegar a su primera experiencia formal en este mundo, como participante en un taller dictado por Juan Calzadilla (La Gaveta) en el que participó mientras era estudiante de física en la Universidad Simón Bolívar, hasta que finalmente cambió la calculadora científica por la máquina de escribir a mitad de la carrera.
Predisposición y disciplina son para López los elementos indispensables en la vida de un escritor exitoso. “Hay mucha vocación emergente que no permanece, muchos escritores de uno o dos libros”, dice desde su doble perspectiva de autor y promotor cultural. Apartando las razones personales -que son las que más suelen pesar- algunas explicaciones de esta inconstancia pueden ubicarse en la esfera institucional, como la falta de espacios para la creación. Aunque escribir sea una actividad solitaria, también puede ser un “ejercicio de solidaridad compartida” y de allí la importancia de contar con lugares para hacer eso: simplemente escribir…”
No es sólo cuestión de escuela, también importa el hogar. La llama de su alma literaria pudo haberse encendido mucho antes gracias a su madre, una mujer canaria que siempre tuvo una forma de hablar, unos valores y unas ideas diferentes que lo influenciaron profundamente. Todas esas circunstancias se conjugaron mágicamente para que esa luz se mantuviese encendida, a pesar de los soplos inevitables de la vida, hasta llegar a su primera experiencia formal en este mundo, como participante en un taller dictado por Juan Calzadilla (La Gaveta) en el que participó mientras era estudiante de física en la Universidad Simón Bolívar, hasta que finalmente cambió la calculadora científica por la máquina de escribir a mitad de la carrera.
Predisposición y disciplina son para López los elementos indispensables en la vida de un escritor exitoso. “Hay mucha vocación emergente que no permanece, muchos escritores de uno o dos libros”, dice desde su doble perspectiva de autor y promotor cultural. Apartando las razones personales -que son las que más suelen pesar- algunas explicaciones de esta inconstancia pueden ubicarse en la esfera institucional, como la falta de espacios para la creación. Aunque escribir sea una actividad solitaria, también puede ser un “ejercicio de solidaridad compartida” y de allí la importancia de contar con lugares para hacer eso: simplemente escribir…”
EL MURO.
De su Libro Naturalezas Menores
“Durante tres semanas seguidas, echando el cuento a quien se le atravesara en el camino, mi hermano refirió repetidamente un episodio visto en la televisión: "Una mujer enferma y paralítica está en su cuarto. Hay muy poca luz. Maniobrando de un lado a otro la silla de ruedas, te das cuenta de que la vieja está levantando un muro de ladrillos en la mitad del cuarto. Con la ayuda de una cuchareta de albañil, va colocando y pegando trabajosamente un ladrillo tras otro. La vieja sonríe: no sabes por qué pero sonríe. De pronto oyes una voz, oyes una voz que dice no me hagas esto, mamá, no me hagas esto. La cámara te descubre a un hombre que está del otro lado del cuarto. El hombre llora y se amarra el cuerpo con las manos. Tú supones que es el hijo, tú lo supones porque el hombre no cesa de decir no me hagas esto, mamá, no me hagas esto. Pero la vieja, nada. Está abstraída, está fuera de sí. Sólo una sonrisa ciega la sostiene. El muro va creciendo y el hombre ya no puede hacer nada. Queda un último orificio, sí, queda el último orificio en el que la vieja va a calzar el ladrillo final. Y es entonces cuando la vieja asoma un ojo desorbitado y dice es mejor así, hijo mío, es mejor así. La vieja coloca la última pieza de su obra y el hombre cae de rodillas tapiado para siempre. Pero hay una cosa que no entiendes: ¿por qué sigue habiendo luz si el hombre ha quedado tapiado? La cámara va abriendo lentamente la toma y es entonces cuando te das cuenta. No es el hombre el que ha quedado tapiado: es la vieja la que se ha encerrado a sí misma, es la vieja la que ríe del otro lado mientras el hijo golpea el muro con los puños".
De su Libro Naturalezas Menores
“Durante tres semanas seguidas, echando el cuento a quien se le atravesara en el camino, mi hermano refirió repetidamente un episodio visto en la televisión: "Una mujer enferma y paralítica está en su cuarto. Hay muy poca luz. Maniobrando de un lado a otro la silla de ruedas, te das cuenta de que la vieja está levantando un muro de ladrillos en la mitad del cuarto. Con la ayuda de una cuchareta de albañil, va colocando y pegando trabajosamente un ladrillo tras otro. La vieja sonríe: no sabes por qué pero sonríe. De pronto oyes una voz, oyes una voz que dice no me hagas esto, mamá, no me hagas esto. La cámara te descubre a un hombre que está del otro lado del cuarto. El hombre llora y se amarra el cuerpo con las manos. Tú supones que es el hijo, tú lo supones porque el hombre no cesa de decir no me hagas esto, mamá, no me hagas esto. Pero la vieja, nada. Está abstraída, está fuera de sí. Sólo una sonrisa ciega la sostiene. El muro va creciendo y el hombre ya no puede hacer nada. Queda un último orificio, sí, queda el último orificio en el que la vieja va a calzar el ladrillo final. Y es entonces cuando la vieja asoma un ojo desorbitado y dice es mejor así, hijo mío, es mejor así. La vieja coloca la última pieza de su obra y el hombre cae de rodillas tapiado para siempre. Pero hay una cosa que no entiendes: ¿por qué sigue habiendo luz si el hombre ha quedado tapiado? La cámara va abriendo lentamente la toma y es entonces cuando te das cuenta. No es el hombre el que ha quedado tapiado: es la vieja la que se ha encerrado a sí misma, es la vieja la que ríe del otro lado mientras el hijo golpea el muro con los puños".
Actualmente el escritor Antonio López Ortega, creativa y de investigación literaria y es orgullo de todos los Venezolanos
Jesús Morales Ruiz
Artista Plástico
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