JESÚS MORALES RUIZ
FIGURACIÓN & ABSTRACCIÓN
FIGURACIÓN & ABSTRACCIÓN
Toda manifestación artística, necesita de la participación creativa del artista… para intensificarse como torrente, como esa pulsación que remueve la fibras de los espectadores y que al mismo tiempo se internaliza y se hace huella, viento que roza suavemente la atmósfera, mirada exploradora que nos devuelve la grandiosidad y desnudez de una propuesta que se asoma y alimenta el espíritu.
Jesús Morales Ruiz, ha venido demostrándonos durante estos 41 años de trabajo y entrega en el ser y hacer de las artes plásticas. La grandiosidad de una obra, que, surge de una búsqueda estrechamente cohesionada y conectada a nuestra naturaleza; como producto del estudio y la disciplina diaria, alimentada de nuevas tendencias, sellando la majestuosidad de una propuesta que comunica y motiva al espectador, provocando en él… interés por la investigación y el conocimiento.
Y es que sus raíces están entrelazadas a nuestra región oriental (Sucre -Nueva Esparta), transformando esa visión del paisaje y sus montañas e introduciendo la multiplicidad de matices, de trazos que señalan la energía sublime de un viento que se instala y complementa la riqueza de una pincelada, llevando implícito un lenguaje, una imagen que se pudiera llamar vanguardista, pues como creador se inventa sus marinas, con sus rosados, sus blancos, sus azules, y sus destellos… que enamoran las pupilas.
Su ser y hacer no solo está relacionado con la pintura, pues su espíritu creativo, le impulsa, a la búsqueda de nuevos horizontes que complementen su labor, conduciéndole por los vericuetos de la escritura y el periodismo cultural –manteniendo durante algún tiempo- una página de Arte en el Diario El Caribe, además de su trabajo en Tarot y hasta sus practicas deportivas, llegando a convertirse en Sensei, cinta negra (4to DAN).
No puedo dejar de mencionar la creación del Circulo Internacional de las Artes, ventana que le ha permitido proyectarse como promotor cultural, dándole oportunidad a nuevos artistas y creadores consagrados para la exposición de sus obras. Rindiendo homenaje a reconocidos artistas plásticos y otras figuras vinculadas al ilimitado mundo de las artes, la música, la escultura y las letras.
Jesús Morales Ruiz, se ha convertido en referencia histórica del transcurrir evolutivo de las artes en nuestra tierra de azules… como le llamaba el Maestro de maestros “Luís Beltrán Prieto Figueroa”, pues quién no ha presenciado en alguna oportunidad la entrega de los Premios CIANE, donde se han hecho presentes respetados críticos, artistas plásticos, músicos, escritores, periodistas, dramaturgos, empresarios y personalidades que han contribuido en el desarrollo y enaltecimiento de nuestra identidad cultural.
Hablar de su trayectoría es hablar del hombre, del amigo, del creador del Museo de Arte Pedro Ángel González –Centro de Arte La Mira CCT- que ha venido abriendo espacios para exposiciones, muestras, recitales, conciertos, obras de teatro y todo tipo de manifestción que alimente el espíritu, y nos convierta en seres más humanos y respetuosos de la naturaleza.
No puedo dar por finalizada, estas cuartillas que emergen de mi cercanía con la obra y el trabajo de Jesús Morales. Sin mencionar sus ovacionadas y reconocidas exposiciones Mujeres en el Arte, Virgen del Valle y otras en los espacios del Centro Comercial Sambil, un trabajo laborioso y disciplinado que realiza al lado de un organizado grupo de trabajo, gracias a la apertura de los directivos de este reconocido espacio comercial de nuestra isla.
Mirimarit Paradas
Toda manifestación artística, necesita de la participación creativa del artista… para intensificarse como torrente, como esa pulsación que remueve la fibras de los espectadores y que al mismo tiempo se internaliza y se hace huella, viento que roza suavemente la atmósfera, mirada exploradora que nos devuelve la grandiosidad y desnudez de una propuesta que se asoma y alimenta el espíritu.
Jesús Morales Ruiz, ha venido demostrándonos durante estos 41 años de trabajo y entrega en el ser y hacer de las artes plásticas. La grandiosidad de una obra, que, surge de una búsqueda estrechamente cohesionada y conectada a nuestra naturaleza; como producto del estudio y la disciplina diaria, alimentada de nuevas tendencias, sellando la majestuosidad de una propuesta que comunica y motiva al espectador, provocando en él… interés por la investigación y el conocimiento.
Y es que sus raíces están entrelazadas a nuestra región oriental (Sucre -Nueva Esparta), transformando esa visión del paisaje y sus montañas e introduciendo la multiplicidad de matices, de trazos que señalan la energía sublime de un viento que se instala y complementa la riqueza de una pincelada, llevando implícito un lenguaje, una imagen que se pudiera llamar vanguardista, pues como creador se inventa sus marinas, con sus rosados, sus blancos, sus azules, y sus destellos… que enamoran las pupilas.
Su ser y hacer no solo está relacionado con la pintura, pues su espíritu creativo, le impulsa, a la búsqueda de nuevos horizontes que complementen su labor, conduciéndole por los vericuetos de la escritura y el periodismo cultural –manteniendo durante algún tiempo- una página de Arte en el Diario El Caribe, además de su trabajo en Tarot y hasta sus practicas deportivas, llegando a convertirse en Sensei, cinta negra (4to DAN).
No puedo dejar de mencionar la creación del Circulo Internacional de las Artes, ventana que le ha permitido proyectarse como promotor cultural, dándole oportunidad a nuevos artistas y creadores consagrados para la exposición de sus obras. Rindiendo homenaje a reconocidos artistas plásticos y otras figuras vinculadas al ilimitado mundo de las artes, la música, la escultura y las letras.
Jesús Morales Ruiz, se ha convertido en referencia histórica del transcurrir evolutivo de las artes en nuestra tierra de azules… como le llamaba el Maestro de maestros “Luís Beltrán Prieto Figueroa”, pues quién no ha presenciado en alguna oportunidad la entrega de los Premios CIANE, donde se han hecho presentes respetados críticos, artistas plásticos, músicos, escritores, periodistas, dramaturgos, empresarios y personalidades que han contribuido en el desarrollo y enaltecimiento de nuestra identidad cultural.
Hablar de su trayectoría es hablar del hombre, del amigo, del creador del Museo de Arte Pedro Ángel González –Centro de Arte La Mira CCT- que ha venido abriendo espacios para exposiciones, muestras, recitales, conciertos, obras de teatro y todo tipo de manifestción que alimente el espíritu, y nos convierta en seres más humanos y respetuosos de la naturaleza.
No puedo dar por finalizada, estas cuartillas que emergen de mi cercanía con la obra y el trabajo de Jesús Morales. Sin mencionar sus ovacionadas y reconocidas exposiciones Mujeres en el Arte, Virgen del Valle y otras en los espacios del Centro Comercial Sambil, un trabajo laborioso y disciplinado que realiza al lado de un organizado grupo de trabajo, gracias a la apertura de los directivos de este reconocido espacio comercial de nuestra isla.
Mirimarit Paradas
"ESE VIEJO TEMA"
"Después de
haber visto y analizado las obras del pintor Jesús Morales Ruiz, se aprecia que
el eterno tema de las Flores, Paisajes y Bodegones, sigue teniendo vigencia.
La disyuntiva está,
en cómo se trata, v no cabe la menor duda que Jesús Morales Ruiz da a ese
"Viejo Tema"
una calidad y una nueva expresión por su espiritualidad, al tratamiento de estos motivos.
una calidad y una nueva expresión por su espiritualidad, al tratamiento de estos motivos.
Estas nuevas obras de
Morales Ruiz, me confirman que estoy frente a un artista serio y preocupado.
Recordándome aquel verso del gran poeta Rubén Darío "La Virtud consiste en
ser tranquilo y fuerte, con el fuego interior todo se abrasa, se triunfa del
rencor y de la muerte y hacia Belén la caravana pasa".
Pedro Ángel González
Premio Nacional de Pintura (1941)
"PAISAJES EN EL TIEMPO"
"La claridad de los actos, reviven
senderos de esperanza y acto de pintar como lo hace Jesús Morales Ruiz, con el empeño y la
disciplina del creador... permiten reiterar, de manera transparente, la
satisfacción que nos produce los logros obtenidos.
Paisajes en el tiempo es el mundo interior de
Morales Ruiz, donde nacieron azules en la brisa y se perciben calladas
ausencias para perpetuarse en la cercanía".
Ramón Vásquez Brito.
Premio Nacional de Artes Plásticas (1950)
LAS DIMENSIONES PLÁSTICAS PSICOLÓGICAS EN LOS PAISAJES DE MORALES
RUIZ
La
concepción paisajistica de Jesús Morales Ruiz no es el producto de un
acercamiento descriptivo a la realidad morfológica de su entorno, por el
contrario, es el resultado de un recogimiento espiritual. Cada cuadro es la
traducción sensible de una determinada ubicación imaginativa que no se
identifica con ninguna referencia reconocible. Esto explica que la exhuberancia
de nuestra vegetación, la tropicalidad de nuestra luminosidad, la densidad de
nuestra temperatura y la accidentalidad de nuestra topográfica no quedan
incorporadas en su obra. Más allá de cualquier estimulo perceptivo, la fuente
de sus resoluciones se identifica con una introspección muy sosegada que no le
deja cabida a ningún ingrediente estridente: la visión apacible de la vida se
convierte en la condición necesaria y en el requisito suficiente de su versión
plástica.
Esa quietud motivacional alcanza efectos plásticos muy ramificados: los
espacios abiertos, las atmósferas iridiscentes, las transparencias
reverberantes y las perspectivas abarcadoras constituyen el registro básico de
su alfabetidad. Un rápido recorrido sobre estos aspectos nos reporta que, en
Morales Ruiz, el espacio asume una doble condición. Por una parte, es temática
plástica y, por otra, es enfoque conceptual. En el primer sentido se solventa
como dimensión visual proyectada, horizontal y verticalmente, mediante la
representación de lo amplio y de lo vasto. Pero estas denotaciones no se
restringen a la exclusiva evidencia sensible, sino que también se prolongan
hacia connotaciones psicológicas que se relacionan con lo desahogado y de lo
desembarazado, con lo despejado y lo limitado. Con toda la propiedad puede
afirmarse, en esta obra. el espacio adquiere simultáneamente, una singularidad
desdoblada: es evidencia pictórica y es revelación ilusoria.
Esas acepciones de lo espacial se apoyan en las resoluciones de lo atmosférico.
En efecto, este aspecto adquiere una condición muy protagónica en la propuesta
de Morales Ruiz. La razón puede encontrarse que para enfatizar las implicaciones
de lo supuesto, de lo imaginario, de lo aparente, y, en definitiva, de lo más
recóndito de lo introspectivo, no hay nada mejor que la sensación envolvente
que proporciona lo neblinoso y lo nebuloso. Estas impresiones vaporosas asumen
propiedades climáticas muy especiales, en virtud del comportamiento iridiscente
de los colores tonales. Para darle fuerza a este enfoque, nuestro artista eleva
la luminosidad de sus cuadros y hace que todas las combinaciones cromáticas se
subordinen al blanco. Por eso, los referentes se des materializan, los ámbitos
se enturbian, las focalizaciones se alejan de lo nitido y la temperatura se
hace más húmeda. Es aquí precisamente donde surge el aporte de la
transparencia: concretar una síntesis entre los planos integrados de un espacio
y las sensualidades térmicas de una atmósfera. En el caso especifico de Morales
Ruiz, lo que emerge es una translucidez en donde el horizonte se refleja, las
nubes se desplazan, las luces se encienden, los vientos se atenúan, los
elementos se disuelven, las instancias se esfuman y las perspectivas se
extralimitan. Todo esto ocurre en unos mismos recuadro s que sirven para
fusionar los enfoques delicados y liricos del paisaje plástico con los
estatutos imperturbables e introspectivos del paisaje psicológico.
Víctor Guedez
El paisaje de
Jesús Morales Ruiz
El Paisaje ha
sido un tema constante y recurrente en la historia de la pintura. Como
cualquier otra forma iconográfica tiene el interés de colocar ideas y
asociaciones dentro de una relación ordenada del mundo de la naturaleza. El
pedazo de naturaleza escogido por el artista como tema para expresar su poder
creador, está al servicio de una idea y mientras su manera es personal e
individual, también lo es general y colectivo. La montaña El Ávila, como tema y
como concepto, ha sido muy querida en el paisajismo venezolano. En su obra,
Jesús Morales penetra en la misma historia sensible de la montaña, es su color
una recreación de sí mismo, es su atmósfera encantada y encantatoria la que
percibirá el espectador.
Los paisajes de
Jesús Morales son una realidad física representada dentro de una realidad
plástica, esto es del color y de la luz produciendo una atmósfera particular, y
a la vez también son una realidad espiritual. De allí que se establezca una comunicación
sin efectos artificiales, pero sí profunda a través de la convicción del
artista, del creador. En estos paisajes el tema ostensible y el tema-idea, se
conjugan de manera extraordinaria. Ellos son un lugar sensible, material y
"conocible" para el espectador. "Conocibles" justo en el
momento en que su materialidad pasa a disolverse para convertirse en forma,
concepto de color y atmósfera. Estos dos últimos son precisamente los dos
valores que el artista maneja eficazmente, para transmitir su concepción
personal de la montaña, de esa montaña que puede ver y admirar a través de la
ventana de su estudio y que permanece dentro de la ambivalencia de lo inmutable
y lo cambiante. Luz, color, se asocian y confieren el último ritmo a la obra.
Se mezclan, se construyen y destruyen, mostrando aquello que vale la pena ser
visto, la verdad de su concepción del paisaje a nivel de la imagen de la
realidad vista como una verdad en sus colores, en su luz y en su atmósfera,
traduciendo una experiencia visible y única. No es ésta una experiencia
narrativa ni descriptiva de un fragmento de naturaleza, sino una experiencia
eminentemente visual, vibrante, lo que deviene la realidad misma de la obra.
Esta exposición
de Morales muestra el trabajo laborioso y en proceso del joven artista. Ya se
manifiesta con un lenguaje propio y personal referido al tema de El Ávila. Una
nueva visión fresca y ajena totalmente a las concepciones ya conocidas, se
evidencia en la unidad absoluta de la problemática pictórica traducida en
términos de luz y color. La misma técnica utilizada por el artista lo conduce
por una vía flexible y capaz de proporcionarle en cada obra la decodificación
de los valores formales, siendo, entonces, cada una de ellas, una obra plena,
autosuficiente y distinta. La lectura final la dejamos al espectador.
Bélgica Rodríguez
TRANSFIGURACIÓN DE LUZ.
Si
el arte ciertamente trasciende la mera expresividad subjetiva de quien lo hace,
para desenvolverse lejos de todo solipsismo en el ámbito de lo simbólico, interpretando
y comunicando, entonces toda pregunta sobre la calidad estética de una obra
debe: dirigirse hacia las características lingüísticas de ésta: en el lenguaje
plástico habría una con presencia imbricada de la intencionalidad del creador,
de las concreciones físicas y significativas de la obra y de su fundamento como
vehículo de cohesión y estimulación sociales. Por lo mismo, las variaciones
idiomáticas que se van dando a lo largo del itinerario creativo de un artista
constituyen el indicio fundamental para el establecimiento de juicios
valorativos sin que ello implique, por cierto, desdeñar otros factores que el
crítico suele tomar en cuenta, conscientemente o no, como la comparación de Lo
realizado por el artista con otras proposiciones plásticas del momento, la
repercusión que la obra expuesta tuvo en el medio cultural y que se ha escrito
sensatamente sobre ella. Ante el conjunto de pinturas de Jesús Morales Ruiz,
observadas y admiradas atenta y recientemente en su taller, el párrafo inicial de
este texto cobra plena validez para comprender lo qué ha buscado, logrado y
transmitido este artista en la constitución de un lenguaje a través de poco más
de una década, el cual culmina -por ahora- en estos espléndidos óleos que van a
ser mostrados al público en buena hora para nuestras artes plásticas. Para
llegar a esta fascinante y densa proposición, Morales Ruiz no ha tenido la
"prisa vanguardista" que tanto angustia ya veces hace zozobrara
muchos pintores jóvenes. Con gran paciencia, empeño y meticulosidad, él se ha
ido formando, a partir de 1975, en una tradición de aprendizajes que revela
desde el primer momento, una actitud muy notable en su pintura: reconocer que
el artista nace en medio de un lenguaje alistado por otros en la historia. Para
hacerlo suyo y luego dar paso a las transformaciones y al libre juego de los
códigos lingüísticos, debe estudiarlo morosamente, a la antigua usanza, tanto
en instituciones como la Escuela de Artes Plásticas Cristóbal Rojas y el Centro
de Enseñanza Gráfica, como en el asiduo acercamiento a los talleres de artistas
que contribuyeron a la consolidación del modernismo en Venezuela: Juan Vicente
Fabbiani, Luis Alfredo López Méndez y Tomás Golding. Poco le importó a Morales
Ruiz que otros creadores de su generación tomaran entonces vías menos
tradicionales y de mayor vigencia (los que se formaron en el Instituto de
Diseño, por ejemplo) o se fueran por "atajos" a fin de hallar de modo
más inmediato el binomio ruptura-innovación: cada artista tiene sus propios
tiempos de expresión y debe ser fiel a ellos para no forzar la coherencia
íntima y formativa de un lenguaje. No es de
sorprender, entonces, que en vez de plantear en las primeras exposiciones y
durante, varios años, una insurgencia contra el pasado, Morales Ruiz lo asuma y
desarrolle con soltura y familiaridad no exentas de respeto. Desde el
principio, él sabe que su filón interpretativo y la correspondiente proyección
expresiva son el entorno, y sea éste próximo o lejano, propio del mundo
cotidiano o de más amplias vertientes de la naturaleza. Y así los temas de
interiores, flores y paisajes aparecen y reaparecen desde su primera muestra
individual -presentada por T. Golding- en la Galería Aurora y se continúan, con
pocas variaciones hasta 1984. Durante ese período y con las técnicas del óleo y
del pastel, Morales Ruiz, rinde homenaje a los maestros del modernismo (Manuel
Cabré, Pedro Angel González, Luis Alfredo López Méndez, J. V. Fabbiani, Pedro
León Castro, Raúl Moleiro, Tomás Golding y Antonio Alcántara conocerán su obra
y escribirían sobre ella), pero con la pausada inquietud de remozar la tradición
y lograr "Nuevos planteamientos sobre un viejo tema", título de una
exposición presentada en 1980 y comentada por Alirio Palacios en un texto que
destaca ya las diferencias e indica el desafío del joven pintor: "Para
Morales Ruiz el planteamiento del tema basado en dos grandes imágenes: paisajes
y objetos naturales sobre un espacio, no tienen la intención visionaria de un
López Méndez o Rafael Monasterios, aunque el perfil y las principales formas
estructurales de la figuración mantengan su gran objetivo comunicativo y la
misma esencia de la relación visual. Un artista muy joven que se arriesga a
tomar de nuevo los grandes temas de los maestros venezolanos (...) Volver a
ver, con calma, con pasión y profundidad para que emerja así la nueva
visión". Esa distensión plástica propuesta por Morales Ruiz entre
tradición y un enrumbamiento estilístico cada vez más personal y
transformador donde el lenguaje apela a todos los recursos
del color, de planos en perspectivas progresivamente extrañas y casi
paradójicas y el delicado tratamiento de los valores lumínicos en curiosas
analogías con las apariencias volumétricas, no pasó desapercibido para
escritores como Rubén Osorio Canales y Luis Beltrán Guerrero, o para el crítico
J.J. Mayz Lyon.quien claramente advierte la intencionalidad creadora de Morales
Ruiz, la subyayencia de lo original-auténtico¬-personal inmerso en aspectos
temáticos tan extensamente abordados por los cultores del mo-dernismo en
Venezuela, en especial por el Círculo de Bellas Artes y la llamada
"Escuela de Caracas: "...al inaugurar esta nueva exposición, demuestra
una vez más, su consecuente posición figurativa y su capacidad de transformar
con su per-sonal visión, los cotidianos temas. Para Morales Ruiz las flores,
los cacharros, las frutas y sobre todo la montaña, son sólo el pretexto para expresar
la belleza escondida o apenas vislumbrada tras de las cotidianas apariencias y
exaltada, sublimada, amplificarla si se quiere...". Con suavidad, sin el menor indicio de pentimento
hacia un pasado del cual pudo aprender, Morales Ruiz logra paralelamente, entre
1981 y 1984, despedirse de aquellas iniciales pautas formativas (por ejemplo
con la exposición Ese Viejo Tema, dedicada a Pedro Ángel González y con la
muestra Ese Viejo Tema -parte II- en homenaje a sus maestros), y despedir de su
lenguaje lo que ya carecía de sentido y más bien podía dificultar el acceso a
nuevos niveles sintácticos y semánticos. Paradigma de esa apertura, es el
conjunto de obras presentadas en 1982 en la Galería Euro-Americana, con el
título Variaciones sobre la montaña. El
proceso de transfiguración toma vía amplia y fluida pues lo espiritual
predomina y selecciona, hace lo que le viene en gana con los 11 datos
objetivos" a los cuales el artista mantiene alusivamente en los lienzos.
No es que entre las opciones expositivas antes mencionadas haya una cesura, una
desvinculación total en lo temático y en lo estilístico. La diferencia entre
Ese Viejo Tema y Variaciones sobre la montaña no sólo es de prescindencia
progresiva de interiores y del circunscrito entorno cotidiano, sino de intensificación
y predominio de la gran vertiente paisajística que termina adquiriendo rango
distintivo y privilegiado en la pintura de Morales Ruiz. De este
modo, a través de una lenta decantación le alternativas previstas desde el
comienzo de su trayectoria artística y de la afirmación y afinación le lo
escogido, el artista se inscribe de lleno y legítimamente en la tendencia del
llamado "nuevo paisaje", sin haber forzado situaciones ni experiencias.
El estar en guardia de sus raíces y aptitudes llevó naturalmente a Morales Ruiz
a la vanguardia, a una de las facetas más celebradas le! acontecer plástico de
los últimos años. Con el color, la atmósfera y la idea, el artista inventa la montaña
confiriéndole así a la obra pictórica la libertad de su autosuficiencia, con
ventajosa pérdida de la ancilaridad referencial de lo que aspira a ser
representativo. La gran masa de El Ávila leja de
cumplir una función de signo icónico, denotador e identificador de una realidad
que está fuera del cuadro, y deviene manifestación de una
topografía lírica, ciertamente espiritual. Ya en os paisajes mostrados en 1982,
Bélgica Rodríguez mota que "no es ésta una experiencia narrativa ni descriptiva
de un fragmento de naturaleza sino una experiencia eminentemente visual,
vibrante, o que deviene la realidad misma de la obra (...) Una nueva visión fresca
y ajena totalmente a las concepciones ya conocidas, se evidencia en la unidad
absoluta de la problemática pictórica traducida en términos de luz y
color".
De esta
cita, es conveniente tomar en cuenta dos valores que se proseguirán en el
decurso del lenguaje de Morales Ruiz -además de otras cacterísticas que
posteriormente aparecen o se Acentúan: la subsistencia de la pintura por sí misma,
es decir sin que su calidad dependa de lo objetivamente dado en la naturaleza,
y las indudables y muy virtuosas aptitudes del artista para rezar cuanto desea
a través de atmósferas, colores, tonos y ritmos vibrantes y frescos de espiritualidad,
conciliando a ésta con el placer de una morfología vasta y sosegada. Ese
"nuevo paisaje", aunque estuvo presente en no pocas obras a partir de
1977 y fue adquiriendo vigor personal hasta los días que corren, constituye el
centro estético de la proposición ahora observable "que comprende óleos
desde 1986 a 1990. Dentro de esa constante inexpugnable, y como era de esperar,
Morales Ruiz ha presentado variables, distintas opciones idiomáticas del mismo
lenguaje fundamental: ora prevalece un dilatado velo atmosférico transido de un
apacible hedonismo tonal sobre la técnica de la “montaña”, ora esta se hace más
evidente al horizontales o en diagonal como si el artista procurase establecer
ciertos límites en su horizonte interior. O bien el paisaje tiende a
desmaterializarse, en albores y leves signos de trascendencia casi mistica, en
un proceso de abstracción que nos recuerda, mutatis mutandi, el quehacer
plástico del gran pintor costarricense Carlos Poveda. Las
alternativas indicadas son parte de lo que Morales Ruiz ha tomado como misión:
la compenetración de la psiquis y la transparencia del extenso entorno natural,
o si se quiere la reconciliación del hombre con su morada, de lo visible y lo
ha habitable, pero muy lejos de cualquier resabio naturalista propio de
aquellos viejos maestros de quienes se despidió, y en buena hora, pues todo
tiene su tiempo. Morales Ruiz apunta hacia una transrealidad donde predomina la
empatía espiritual, donde las energías psíquicas se subliman, despliegan y
despejan en un lenguaje capaz de dejar en el lienzo espacios y cromatismos
sutiles de casi ilimitados desahogo y todo ello con una elocuencia que rara vez
pierde la serenidad constituidad de un estilo. Ese no estar subyugado por los
datos “reales” del entorno, en nueva y lúcidamente notado en el texto escrito
por Víctor Guédeez a raíz de la exposición Las transparencias del paisaje
realizada en la fundación mendoza en 1988: “Cada cuadro es la traducción
sensible de una determinada ubicación inmaginativa que no se identifica con
ninguna realidad reconocible. Esto
explica que la exuberancia de nuestra vegetación, la tropicalidad de nuestra
luminosidad, la densidad de nuestra temperatura y la accidentalidad de
nuestra topografía no quedan
incorporadas en su obra”.
Podría afirmarse entonces que Morales Ruiz “inventa mundos” –como en el
fondo lo hace todo artista autentico- o bien que no pinta lo real sino que
“pinta la pintura”, pero tales conceptos solo serían válidos y aplicables a la
obra de Morales Ruiz si alejamos de ello toda alusión a alguna versión del
formalismo. Nada sería más erróneo que confundir la autorreferencialidad de la
imagen de los cuadros de morales Ruiz con la ausencia de significados
trascendente de la sintaxis pictórica, como si el virtuosismo de ésta fuese un
lúdico y aséptico “fin de fines”. En otras palabras, pensar
que el encanto de esas superficies imaginarias las encierra en un solipsismo "formal"
en cuyo campo magnético todo se agota por una especie de manierismo
esteticista. El deleite suscitado por la contemplación de la obra de Morales
Ruiz proviene de la síntesis muy bien lograda de varias instancias insistentes
las cuales, de no ser por el talento del pintor, podrían resultar incompatibles:
la afinada sensibilidad-sensualidad manifiesta sobre todo colorísticamente
hasta en los más diminutos detalles del lienzo; el aura espiritual y airosa
emergente de la totalidad del cuadro, y el convencimiento del espectador de no
hallarse ante una proposición hermética insular y sólo pertinente al mundo
interior del artista, sino confrontado y envuelto con un asunto radical que a
todos nos concierne pues se trata de la Tierra, la Gran Morada, Gea, la Magna
mater, el arquetipo donde coinciden el ser y el estar, o como bien dice
Fernando Rísquez "la madre naturaleza, vegetal, animal y psíquica. Es la
materia viva y sus innumerables formas, generadas, nacidas, crecidas,
fructificadas y muertas, para volver a repetir siempre el mismo ciclo...".
Y por si fuera poco, aparece la montaña, la cima o punto más alto de la tierra,
el símbolo de la elevación interior y exterior.
El entorno-paisaje no es, entonces, representación o ancilaridad icónica
en la pintura de Morales Ruiz, sino símbolo de muy amplias y profundas
connotaciones; en vez de explorar y registrar lo real-natural que nos circunda,
Morales Ruiz lo transpone en un proceso donde la materia se espiritualiza y el
espíritu se hace materialización artística, y por lo tanto simbólica.
Veladuras, horizontes insólitos, evanescencia s, climas de tonalidades húmedas,
comarcas, de fabulación, enigmas translúcidos, energías que en el color se
concentran y apaciguan, y mucho más se da en estas obras cuya factura impecable
no es sino un medio para ampliar e intensificar nuestro mundo de apariencias,
experiencias y significados.
Carlos
Silva.
ABSTRACCIONISMO LIRICO
Jesús Morales Ruiz es uno de
los creadores más representativos de este siglo, es un artista de una
impresionante carga lírica y dramática,
quizás porque se sabe conocedor de otras áreas relacionadas con el universo, su
energía y su presencia. En sus obras artísticas se vislumbran los amplios
corredores, esa búsqueda interminable, ese fin que no es otro que sorprender al
espectador, ese afán de hombre que realiza un oficio y además lo cumple con
honestidad, entregando y entregándose... Dando de sí lo mejor y colocando en el
todo lo que conoce y sabe. Ante
cualquiera de sus pinturas, de sus cuadros, ante la más insignificante
pincelada, queda claro que Morales Ruiz logra su propósito a plenitud y además
con resolución y seguridad, resolución de quién se sabe conocedor del camino y
la seguridad del artista que se conoce los secretos de su hacer y quehacer
creativo.
Los dos aspectos o ciencias en que se
fundamenta el arte de la pintura, -el dibujo y el color- se hacen presente en
su obra en un nivel eminente. Convirtiéndose en instrumentos dóciles y aptos
para capturar los más reguardados contornos de la realidad marina,
aprisionándola en pinceladas firmes, sólidas, vibradoras; líneas que emergen a
veces con una marcada turbulencia o placidez... dulce, lírica o ruda en su
expresividad, pero siempre exacta, ceñida a la forma y entreabriendo las
compuertas para el juqueteo con el color, ese reto que todo pintor asume como
el imán irresistible, reto que Jesús Morales Ruiz acepta y triunfa en sus
logros a fuerza de estudio, paciencia y sabiduría, logrando así; el único color
posible, ese tono irreemplazable, esa relación necesaria, esa cantidad de pasta
suficiente, ejecutándola con la naturalidad que se manifiesta en la mano
confiada, sin retoques que ensucien sus trazados, sin titubeos que hagan la
pincelada infirme, sin errores que obligen a la correción decepcionante.
En el paisaje, especialmente, donde el
virtuoso dibujante no tiene por qué someterse a formas intangibles, a perfiles
únicos; donde cada cosa admite en su apariencia cierta laxitud, porque no se
define como individuo sino como especie, Jesús Morales vierte sobre el lienzo
todo el juego de los colores de su paleta, con pasión, con lujuria, con
desenfadada alegría. Recuerdo haber visto en una oportunidad uno de sus
cuadros, de repente me vi sola en aquel dramatismo, en aquel torbellino de olas
que iban y venían, estaba sola, mínima ante aquellas asombrantes pinceladas,
observando la profundidad de unas manchas donde resaltaban destellos de
naranjas, azules, amarillos y ocres. Todo sobre la bordadura de un blanco que
subrayaba el ribazo y se convertía en rompiente de luz, en ese imprescindible
vértice y escollo radiante, en un breve toque niveo, entorno al cual la
composición adquiría un orden y una jerarquía que terminaba, sin reparo
posible, en aquella luminosidad sobre las aguas.
Sus paisajes marinos, al igual que la
poesía trastocan las fibras y hacen aflorar
sensibilidades, despertando la profunda y única misión de la creación,
el fin estético y sublime "la propia vida". En sus obras artísticas
lo blanco, lo azul, lo amarillo, el ocre y el naranja se congregan para dar
forma a la unidad temática de su obra. Lo blanco nos conduce al encuentro con
la originalidad, a esa soledad que guarda y esconde con recelo hasta límites
invisibles, lo azul nos despierta y nos hace sentir la quietud, el
relajamiento, el sosiego, ese desenvolvimiento dulce y efervescente, que abre o
divide la blancura o la luz y es que para este artista, el color no es un
simple instrumento de su labor, es una chispa o vibración interna en la que
forma y contenido se acoplan. Cada verde, cada gris, cada tono se hace sentir
con un marcado sentido humano, en el conviven lo que se calla, lo se esconde...
Con la magia inalcanzable, pudiéramos decir entonces; que en Jesús Morales nos
encontraremos con el artista que aunque solo, atrapa la luminosidad de un sol
único e irrepetible, pero también el de nosotros, un sol que lleva ese hechizo
del atardecer sobre el mar, enfrentándonos a nuestros extremos íntimos del
infinito esplendor.
Aquí tienen el fruto no de un día, ni el
resultado de una intuición genial, aunque la genialidad del artista, su don
innato tenga parte indudable. Es el resultado, más que nada, de horas enteras
de trabajo, de ensayos, de tentativas una y otra vez repetidas, de pruebas, de
ejercicios, producto del no dormir... de ese sudor que te invade cuando sabes
que estás próximo a producir algo importante, de ese proceso que se lleva a
cabo, naturalmente, sin prescindir de la realidad en que el artista se motiva e
inspira.
Mirimarit
Paradas
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